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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Pues claro que no —dijo Lucrecia—. Un kyrios más bueno, más educado, más cabal…<br />

—Sí, sí, es suficiente —dijo el juez.<br />

Meditó unos instantes mientras todos esperábamos con el alma en vilo, y luego alzó los<br />

ojos y dijo, mirando a Gilipoulos:<br />

—No hallo pruebas de que el inglés se comportara como usted ha insinuado. En primer<br />

lugar, no habla griego.<br />

—¡Claro que habla griego! —gritó Gilipoulos iracundo—. Me llamó…<br />

—Guarde silencio —dijo el juez fríamente—. En primer lugar, como iba diciendo, no<br />

habla griego. En segundo lugar, su propio testigo niega todo conocimiento del incidente. Me<br />

parece claro, en cambio, que usted intentó que le pagaran por unos pavos que en realidad no<br />

habían sido matados y comidos por el perro del acusado. Sin embargo, no se le está juzgando<br />

a usted por eso, de manera que me limitaré a declarar inocente al acusado, y usted quedará<br />

obligado a pagar las costas.<br />

Aquello fue un caos. Gilipoulos saltó en pie morado de ira, gritando a pleno pulmón e<br />

invocando la ayuda de San Spiridion. Spiro, dando berridos de toro, abrazó a Leslie y le besó<br />

en las dos mejillas, y la llorosa Lucrecia hizo otro tanto. Hasta pasado un buen rato no<br />

conseguimos despegarnos del tribunal, y rebosantes de júbilo nos fuimos a celebrarlo en un<br />

café de la Explanada.<br />

Al rato pasó por allí el juez, y todos a una nos levantamos para darle las gracias e invitarle<br />

a tomar algo con nosotros. El rechazó la invitación tímidamente, y fijó en Leslie una mirada<br />

penetrante.<br />

—No quisiera que piense usted —dijo— que en Corfú siempre se administra justicia de<br />

este modo, pero es que tuve una larga conversación con Spiro acerca del caso, y luego de<br />

reflexionar sobre ello decidí que su delito no era tan grave como el de ese hombre. Esperaba<br />

darle un escarmiento para que en el futuro no estafe a los forasteros.<br />

—Créame que le estoy agradecidísimo —dijo Leslie.<br />

El juez hizo una ligera inclinación y consultó su reloj.<br />

—Me tengo que ir —dijo—. Por cierto, muchísimas gracias por los sellos que me envió<br />

usted ayer. Había dos muy raros que me faltaban en la colección.<br />

Y, saludando con el sombrero, se alejó a buen paso por la Explanada.

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