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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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Durante cosa de una hora nos tumbábamos a dormitar y hacer la digestión, mirando, entre<br />

el enmarañado ramaje de los olivos, el cielo estriado de nubecitas blancas, como una azul<br />

ventana escarchada por la que un niño hubiera pasado los dedos.<br />

—Bueno —decía Teodoro al fin, poniéndose en pie—, creo que tal vez debiéramos… en<br />

fin… mirar a ver qué nos ofrece el otro lado del lago.<br />

Y una vez más emprendíamos el lento recorrido de la orilla. Poco a poco los tubos de<br />

ensayo, los frascos y los tarros se poblaban de trémula fauna microscópica, y mis cajas y latas<br />

y bolsas se llenaban a rebosar de ranas, galápagos de corta edad y un ejército de escarabajos.<br />

—Supongo —decía al cabo Teodoro, de mala gana, volviendo la mirada al sol poniente—<br />

, supongo… en fin… que habrá que ir pensando en volver a casa.<br />

Y trabajosamente nos echábamos al hombro las cajas de recolección, ahora pesadísimas,<br />

y poníamos rumbo a casa con pies cansados, precedidos por Roger, que marchaba por delante<br />

con sobrio trote y la lengua colgante cual rosada banderola. Ya en la villa trasladábamos<br />

nuestras capturas a locales más espaciosos, y luego nos sentábamos a descansar y a comentar<br />

la labor del día, bebiendo tazas y tazas de té caliente y estimulante y atracándonos de doradas<br />

magdalenas, burbujeantes de mantequilla, recién salidas del horno de Mamá.<br />

Fue en una ocasión en que visité aquella laguna sin la compañía de Teodoro cuando cogí,<br />

por pura casualidad, un animal que deseaba conocer desde hacía mucho tiempo. Al sacar la<br />

red del agua y examinar la enmarañada masa de algas que contenía, encontré allí, agazapada,<br />

lo que menos me habría esperado encontrar: una araña. Me puse contentísimo, porque había<br />

leído cosas acerca de ese curioso animal, que debe ser una de las especies de arácnido más<br />

sorprendentes del mundo, porque lleva una existencia acuática muy fuera de lo común. Medía<br />

como un centímetro de largo, y tenía unos dibujos un tanto inconcretos en plata y pardo. La<br />

deposité triunfalmente en una de las latas de recolección y la llevé a casa con ternura.<br />

Allí organicé un acuario con fondo de arena y lo decoré con ramitas muertas y frondas de<br />

plantas acuáticas. Deposité a la araña en una de las ramitas que sobresalía por encima del agua<br />

y esperé a ver qué hacía. Inmediatamente corrió por la ramita abajo y se sumergió en el agua,<br />

donde adquirió un vivo y hermoso color plata, por las numerosas burbujas de aire diminutas<br />

que quedaban atrapadas en las vellosidades de su cuerpo. Unos cinco minutos pasó<br />

correteando bajo la superficie, investigando todas las ramitas y plantas, antes de resolver en<br />

qué lugar quería hacerse su casa.<br />

Hay que decir que la araña acuática es el verdadero inventor de la campana de buzo. Me<br />

senté frente al acuario para observar, absorto, cómo la hacía. Primero tendió varias hebras<br />

largas de seda desde las plantas a las ramitas. Estas hebras harían el oficio de vientos. Luego,<br />

situándose más o menos en el centro de esas guías, procedió a tejer una tela plana, de forma<br />

ovalada irregular y más o menos como todas, pero de malla más fina, de suerte que más<br />

parecía una telaraña casera cargada de polvo. Este trabajo le llevó cerca de un par de horas.<br />

Construida a su entera satisfacción la estructura de su hogar, faltaba dotarla del suministro de<br />

aire. Para esto hizo numerosos viajes a la superficie, saliendo al exterior. Cuando volvía al<br />

agua, tenía el cuerpo plateado de burbujas de aire. Entonces bajaba corriendo y ocupaba su<br />

puesto debajo de la tela, y, frotándose las patas, se desprendía de las burbujas, que se elevaban<br />

e inmediatamente quedaban atrapadas bajo la tela. Hecho esto cinco o seis veces, todas las<br />

burbujitas de debajo de la tela se habían amalgamado formando una sola burbuja grande.<br />

Conforme la araña añadía más y más aire a la burbuja y ésta aumentaba de tamaño, su fuerza<br />

empezó a empujar la tela hacia arriba, hasta que, al rato, la araña logró el fin pretendido: entre<br />

la planta acuática y las ramas, firmemente anclada por los vientos, quedó suspendida una<br />

envoltura campaniforme llena de aire. Ese sería el hogar de la araña, que le permitiría vivir<br />

muy cómodamente sin tener que hacer visitas frecuentes a la superficie; porque, según yo<br />

sabía, el aire contenido en la campana sería renovado por el oxígeno que desprendían las<br />

plantas, y el monóxido de carbono producido por la araña se escaparía a través de las sedosas<br />

paredes de su casa.

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