GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
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debían parecerse en nada al animal vivo. Pero, por más que agucé la vista, el fondo me<br />
pareció totalmente deshabitado.<br />
—Ahí, ahí —dijo Taki, metiendo el tridente en el agua y apuntando con él—. ¿No lo ves?<br />
¿Te has dejado los ojos en casa? Ahí, ahí. ¡Pero si casi lo estoy tocando!<br />
Yo seguía sin verlo. El pescador hundió otra cuarta de tridente, e insistió riendo:<br />
—¿Ahora tampoco lo ves, tonto? Justo donde acaban los dientes.<br />
Y de pronto lo vi. Lo había estado mirando todo el tiempo, pero era tan gris y arenoso que<br />
lo había confundido con el fondo. Estaba sentado en la arena, en medio de un nido de<br />
tentáculos. Desde debajo de su cráneo calvo y globoso, sus ojos, inquietantemente humanos,<br />
nos miraban con tristeza.<br />
—Es grande —dijo Taki, y movió levemente la mano sobre el tridente.<br />
Fue una imprudencia. Súbitamente el pulpo viró del pardo arenoso a un sorprendente<br />
color verde intenso e irisado; disparó un chorro de agua por el sifón, y, propulsado por él, alzó<br />
un remolino de arena y salió zumbando. Arrastrando los tentáculos tras de sí, tenía todo el<br />
aspecto de un globo escapado.<br />
—¡Ah, gammoto! —exclamó Taki.<br />
Tiró el tridente, agarró los remos y remó con energía en persecución del pulpo, que<br />
obviamente tenía una fe enternecedora en la efectividad de su camuflaje, porque había vuelto<br />
a posarse en el fondo, a unos diez metros de distancia.<br />
Una vez más Taki acercó la barca poco a poco, y una vez más metió el tridente en el agua<br />
con cuidado. Pero esta vez tomó todas las precauciones y no hizo ningún movimiento<br />
imprudente. Cuando el tridente estaba a menos de una cuarta de la redonda cabeza del pulpo,<br />
Taki asió la pértiga con más fuerza y lo hincó de golpe. Al instante se alzó una nube de arena<br />
plateada, y los tentáculos se retorcieron con violencia y se enroscaron sobre el tridente. La<br />
sangre que el pulpo perdía a borbotones quedaba suspendida en el agua como una cortina<br />
trémula de negro encaje, o serpeaba como humo sobre la arena. Taki reía de contento.<br />
Ágilmente hizo el tridente, pero al pasar el pulpo a la barca, dos de sus tentáculos se aferraron<br />
a la borda. Taki dio un tirón brusco, y los tentáculos se soltaron con un ruido de rasgón y<br />
crujido que era como el que hace el esparadrapo al despegarse, amplificado mil veces. En<br />
seguida Taki echó mano al cuerpo redondo y resbaladizo, lo soltó de los dientes y, ante mi<br />
mirada atónita, levantó aquella convulsa cabeza de Medusa y se la llevó a la cara, de tal modo<br />
que los tentáculos le envolvieron la frente, las mejillas y el cuello, dejando señalada su piel<br />
morena con las marcas blancas de las ventosas. A continuación, y escogiendo el lugar con<br />
cuidado, hundió de improviso los dientes en el centro mismo del animal, con un mordisco y<br />
una sacudida como los que daría un terrier para partir el espinazo de una rata. Sin duda había<br />
alcanzado algún centro nervioso vital, porque al punto los tentáculos soltaron su cabeza y<br />
cayeron inertes, con sólo un temblor y un ligero rizo en las puntas. Taki arrojó el pulpo a la<br />
lata, junto con la escorpena, y escupió por la borda; y luego, echando el cuerpo afuera, tomó<br />
entre las manos un poco de agua salada y se enjuagó la boca con ella.<br />
—Me has traído suerte —dijo, sonriendo y limpiándose la boca—. Pocas noches cojo un<br />
pulpo y un scorpios a la vez.<br />
Pero la suerte debió agotarse con el pulpo, porque, aunque dimos varias vueltas al<br />
arrecife, no cogimos nada más. Vimos una morena que sacaba la cabeza de su agujero, una<br />
cabeza del tamaño de la de un perro pequeño, y de expresión terriblemente pérfida. Pero<br />
cuando Taki bajó el tridente, la morena, muy digna, se replegó con fluida suavidad a las<br />
profundidades del arrecife y no volvimos a verla. Yo me alegré bastante de que lo hiciera,<br />
porque calculé que debía de medir casi dos metros de largo, y hasta un naturalista tan<br />
fervoroso como yo podía dejar pasar la experiencia de forcejear con una morena de dos<br />
metros en una barca mal iluminada.<br />
—En fin —dijo Taki filosóficamente—; vamos a pescar tus cosas.<br />
Me sacó hasta el arrecife de mayor tamaño, y me desembarcó, junto con mi equipo, en la<br />
plataforma superior. Armado de la red fui husmeando por el borde del arrecife, mientras Taki,