XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclos A, B ... - Autores Catolicos

MAGISTERIO
El fruto divino de la Santísima Eucaristía como
oblación sacrificial.
Comité para el Jubileo del año 2000.
“La ofrenda sacrificial de Cristo que se realiza
en la consagración por obra del sacerdote, produce un
fruto particular que es adquirido a través de la
adhesión a la simple realización”.
“La convicción de que la ofrenda del sacrificio
eucarístico puede beneficiar a los difuntos y
obtenerles la felicidad eterna de la posesión de Dios,
se fundamenta en la tradición más antigua de la
Iglesia. El uso de celebrar la Misa por los difuntos se
remonta al menos al siglo II. Obviamente los cristianos
en general tienen conciencia de su poder de intercesión
a favor de los difuntos porque oran por ellos y
manifiestan su confianza sobre todo en la eficacia del
sacrificio eucarístico, eficacia que consideran
superior a la de cualquier otra súplica o plegaria”.
“En realidad el fruto de cada celebración
eucarística es un desarrollo cada vez mayor de la vida
de la Iglesia. Cristo se ha hecho presente bajo las
especies de pan y de vino con vistas a una presencia
más amplia en el mundo. Podemos recordar la unión
subrayada por Pablo en la Eucaristía y la nueva venida
de Cristo: ”vosotros anunciáis la muerte del Señor
hasta que vuelva”, (1 Cor 11). No se trata sólo de una
unión entre el anuncio de la muerte de Cristo y una
venida que señalará el fin del mundo. Después de la
muerte y resurrección del Salvador se ha iniciado una
venida puesta en acción por su potencia gloriosa que se
manifestó el día de Pentecostés y que perdura en la
difusión de la Iglesia. La Eucaristía renovando la
ofrenda del sacrificio redentor, contribuye a una
renovación incesante de esta venida y favorece así un
continuo crecimiento de la obra de Cristo a través del
Espíritu Santo realiza en el mundo. Las palabras que se
dicen en la consagración eucarística sobre la sangre de
la alianza derramada por la multitud se cumplen
realmente a través de la extensión de la alianza divina
y la fuerza salvífica de la gracia que continúa
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