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XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclos A, B ... - Autores Catolicos

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ESTUDIO<br />

La meta terrena de María Antonieta: La plaza de la<br />

Revolución, actualmente plaza de la Concordia. El 16 de<br />

octubre de 1789.<br />

Steffan Zweig en “María Antonieta<br />

“La gigantesca Plaza de la Revolución está llena<br />

de gente. Diez mil personas se encuentran allí de pie<br />

desde por la mañana temprano para no perder aquel<br />

espectáculo único de ver cómo una reina, según la<br />

grosera frase de Hébert, es “afeitada por la navaja<br />

nacional”.<br />

“Sobre el hervidero de curiosos, negro y<br />

ondulante, elévanse rígidamente dos siluetas, las<br />

únicas cosas sin vida en aquel espacio cargado de<br />

animación humana: la esbelta línea de la guillotina,<br />

con su puente de madera que lleva <strong>del</strong> más acá al más<br />

allá; en lo alto de su yugo centellea, bajo el turbio<br />

sol de octubre el brillante indicador <strong>del</strong> camino, -la<br />

cuchilla recién afilada-. Ligera y esbelta recórtase<br />

sobre el cielo gris, juguete olvidado de un dios<br />

horrendo (la libertad) y los pájaros que no sospechan<br />

la tenebrosa significación de este cruel instrumento,<br />

juguetean despreocupadamente sobre él en sus<br />

revoloteos”.<br />

“Severa y grave levántase allí, dominando<br />

orgullosamente a esta tremenda puerta de la muerte, la<br />

gigantesca estatua de la Libertad, sobre el pedestal<br />

que sostuvo en otro tiempo la estatua de Luis XV.<br />

Tranquilamente muéstrase allí sentada la inaccesible<br />

diosa, coronada la cabeza con el gorro frigio meditando<br />

con la espada en la mano; permanece allí sentada,<br />

piedra sobre piedra, la diosa de la Libertad, y mira<br />

soñadora ante sí. Sus blancos ojos sin pupila miran más<br />

allá de la muchedumbre eternamente inquieta que se<br />

tiende a sus pies y mucho más allá de la inmediata<br />

máquina mortífera fijándose en algo lejano e invisible.<br />

No ve en torno suyo lo humano no ve la vida no ve la<br />

muerte, la incomprensible y eternamente diosa amada,<br />

con sus ojos soñadores de piedra. No oye los gritos de<br />

todos aquellos que la llaman, no advierte las<br />

guirnaldas que se cuelgan en torno a sus rodillas de<br />

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