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02. Bóvedas de Acero

La acción se desarrolla en la Tierra, durante el siglo LI, donde las ciudades están encapsuladas en gigantescas bóvedas de acero (de las que la novela toma su nombre) y sin contacto directo con el mundo exterior.

La acción se desarrolla en la Tierra, durante el siglo LI, donde las ciudades están encapsuladas en gigantescas bóvedas de acero (de las que la novela toma su nombre) y sin contacto directo con el mundo exterior.

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—Muy bien, ahora —or<strong>de</strong>nó Baley con sequedad—. ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué todo ese<br />

trastorno?<br />

Una <strong>de</strong> las mujeres chilló molestísima:<br />

—Vine aquí a comprar zapatos. ¿Por qué no me pue<strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r un <strong>de</strong>pendiente como es<br />

<strong>de</strong>bido? ¿No soy acaso respetable?<br />

El rojo encendido <strong>de</strong> su semblante encolerizado ocultaba <strong>de</strong> modo imperfecto la<br />

exageración <strong>de</strong>l maquillaje.<br />

—La aten<strong>de</strong>ré yo mismo, si es necesario —explicó el gerente—. Pero no me es posible<br />

<strong>de</strong>dicarme a todas al mismo tiempo, oficial. No hay nada <strong>de</strong> malo con mis empleados. Tengo en mi<br />

po<strong>de</strong>r sus tarjetas específicas y sus talones <strong>de</strong> garantía...<br />

—Tarjetas específicas —gritó la mujer. Luego se echó a reír y se volvió hacia las <strong>de</strong>más—:<br />

¡Escuchad! No son hombres ni son empleados. ¡Son robots! Y les roban el trabajo a los hombres.<br />

Por eso el Gobierno los protege siempre. Trabajan por nada, y, con motivo <strong>de</strong> eso, las familias se<br />

ven obligadas a vivir en los arrabales y a comer cruda la pasta <strong>de</strong> levadura. Si yo mandara,<br />

<strong>de</strong>struiríamos a todos los robots. ¡Se lo aseguro!<br />

Las otras hablaban farfullando, confusas, y como fondo se oía el tumulto creciente <strong>de</strong> la<br />

muchedumbre al otro lado <strong>de</strong> la puerta.<br />

Baley era consciente <strong>de</strong> que R. Daneel Olivaw estaba allí. Miró a los <strong>de</strong>pendientes. Eran <strong>de</strong><br />

manufactura terrestre, y <strong>de</strong>l mo<strong>de</strong>lo más barato. Inofensivos por sí mismos, como grupo eran<br />

terriblemente peligrosos.<br />

Baley se preguntaba si R. Daneel no estaría capacitado para reemplazar a un individuo<br />

ordinario, <strong>de</strong> la secreta, C—5. Hasta lograba distinguir los arrabales, mientras pensaba en eso.<br />

Recordaba con precisión a su padre.<br />

Su padre había sido físico nuclear. Prodújose un acci<strong>de</strong>nte en la planta <strong>de</strong> energía, y su<br />

padre hubo <strong>de</strong> soportar la culpa. Lo <strong>de</strong>sclasificaron. Baley ignoraba los <strong>de</strong>talles; todo eso sucedió<br />

cuando tenía un año.<br />

Pero sí recordaba su niñez. No se acordaba <strong>de</strong> su madre para nada, porque no sobrevivió<br />

largo tiempo. Del padre sí, y muy bien: un hombre <strong>de</strong>shecho, melancólico y perdido, que hablaba<br />

en ocasiones <strong>de</strong> su pasado con frases roncas y entrecortadas. Murió, todavía <strong>de</strong>sclasificado, cuando<br />

Lije contaba ocho años <strong>de</strong> edad. El joven Baley y sus dos hermanas mayores se cambiaron al<br />

orfanato, pues el hermano <strong>de</strong> su madre, el tío Boris, se encontraba <strong>de</strong>masiado pobre <strong>de</strong> por sí para<br />

impedirlo. Y fui muy duro ingresar en la escuela careciendo <strong>de</strong> privilegios para facilitar el camino.<br />

Y ahora se encontraba en medio <strong>de</strong> un tumulto creciente dispuesto a golpear y dominar a<br />

unos seres que únicamente temían la <strong>de</strong>sclasificación, tal como le ocurría a él mismo.<br />

Sin levantar la voz, se dirigió a la mujer que ya había hablado:<br />

—No provoque problemas, señora. Los <strong>de</strong>pendientes no le hacen a usted ningún daño.<br />

—Claro que no —vociferó la mujer—. Ni tampoco lo voy a permitir. No quiero que me<br />

toquen con sus fríos <strong>de</strong>dos grasientos. Vine aquí para ser tratada como un ser humano. Como<br />

ciudadana, me asiste el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> que me atiendan seres humanos. Y a<strong>de</strong>más hay un par <strong>de</strong><br />

chiquillos que me esperan para cenar. .<br />

—Bueno, vea —reanudó Baley, sintiendo que se le agriaba el buen humor—, si hubiese<br />

usted permitido que la atendieran, ya podría estar con los suyos. Está causando problemas por una<br />

insignificancia. Vamos, pues.<br />

—Conque sí, ¿eh? —La mujer se mostró irritada—. Quizá se cree usted que me pue<strong>de</strong><br />

hablar como si yo fuera basura. Acaso sea ya hora <strong>de</strong> que el Gobierno se dé cuenta <strong>de</strong> que los<br />

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