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02. Bóvedas de Acero

La acción se desarrolla en la Tierra, durante el siglo LI, donde las ciudades están encapsuladas en gigantescas bóvedas de acero (de las que la novela toma su nombre) y sin contacto directo con el mundo exterior.

La acción se desarrolla en la Tierra, durante el siglo LI, donde las ciudades están encapsuladas en gigantescas bóvedas de acero (de las que la novela toma su nombre) y sin contacto directo con el mundo exterior.

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Baley le palmeó el hombro y <strong>de</strong>jó que llorara.<br />

—No se encuentra bien —señaló Baley, dirigiéndose a R. Daneel—. No la po<strong>de</strong>mos tener<br />

aquí. Or<strong>de</strong>na que venga un coche patrulla y <strong>de</strong>cidiremos lo que hay que hacer mientras vamos por<br />

las autovías subterráneas.<br />

—¿Las autovías? —exclamó Jessie levantando la cabeza con sobresalto—. ¡No, Lije, no!<br />

—Vamos, Jessie, no seas supersticiosa. No pue<strong>de</strong>s ir en el expresvía con ese aspecto.<br />

Pórtate bien, como mujer fuerte, y tranquilízate, o no nos será posible pasar por las oficinas<br />

generales. Te voy a traer un poco <strong>de</strong> agua. —Y luego, dirigiéndose a R. Daneel—: ¿Qué hay <strong>de</strong>l<br />

coche patrulla?<br />

—Nos está aguardando, socio Elijah.<br />

—Vamos, pues, Jessie.<br />

Y Baley la empujó por la puerta entreabierta.<br />

El silencio fantástico <strong>de</strong> las autovías pesaba a ambos lados. —Eso es, Jessie, buena chica —<br />

estimuló Baley.<br />

La impasibilidad que cubriera el semblante <strong>de</strong> Jessie <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que abandonaron la oficina <strong>de</strong>l<br />

comisionado mostró señales <strong>de</strong> romperse. Se quedó contemplando a su marido y a Daneel con un<br />

silencio producto <strong>de</strong> la impotencia. Baley repitió:<br />

—Acaba ya <strong>de</strong> una buena vez, Jessie. ¿Acaso has cometido algún crimen?<br />

—¿Un crimen? —meneó la cabeza con incertidumbre, negando—. Por supuesto que no.<br />

El nudo que Baley sentía en el estómago se aflojó perceptiblemente.<br />

—¿Robaste algo? ¿Falsificaste documentos? ¿Asaltaste a alguien? ¿Destruiste propiedad<br />

pública? ¡Habla, Jessie!<br />

—No. No me refería a nada <strong>de</strong> esa naturaleza. —Miró por encima <strong>de</strong>l hombro—. Lije,<br />

¿tenemos que permanecer aquí?<br />

—Sí, hasta que terminemos con esto. Ahora bien, empecemos por el principio. ¿Qué fue lo<br />

que llegaste a <strong>de</strong>cirme? ¿A <strong>de</strong>cirnos? —Por encima <strong>de</strong> la cabeza inclinada <strong>de</strong> Jessie, la mirada <strong>de</strong><br />

Baley se encontró con la <strong>de</strong> R. Daneel.<br />

Jessie comenzó a hablar con un tono <strong>de</strong> voz muy suave, y fue ganando en intensidad y<br />

articulación a medida que proseguía.<br />

—Son esas gentes, esos medievalistas, tú lo sabes, Lije. Siempre andan por ahí: siempre<br />

hablando. En épocas anteriores pasaba igual. ¿Te acuerdas <strong>de</strong> Elizabeth Thornbowe? Pues era una<br />

medievalista. Siempre andaba propalando que nuestras dificulta<strong>de</strong>s y nuestras tribulaciones<br />

provenían <strong>de</strong> la ciudad, y que todo iba mejor antes <strong>de</strong> que se iniciaran las ciuda<strong>de</strong>s. Yo le<br />

preguntaba por qué se encontraba tan segura <strong>de</strong> eso, y entonces ella me citaba frases <strong>de</strong> esos<br />

pequeños libros película que siempre andan por ahí, como el <strong>de</strong> Vergüenza <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s, que el<br />

tipo aquel escribió. No me viene su nombre...<br />

—Ogrinsky —apuntó Baley, distraído.<br />

—Sí, sólo que muchos <strong>de</strong> ellos eran peores. Luego, cuando me casé contigo, se puso en<br />

verdad sarcástica. Me <strong>de</strong>cía: «Me figuro que te vas a convertir en una auténtica mujer <strong>de</strong> la ciudad,<br />

ahora que te has casado con un policía». Me parece que algunas <strong>de</strong> las cosas qué me <strong>de</strong>cía sólo<br />

eran para escandalizarme o para aparecer como misteriosa y <strong>de</strong>slumbrante. Se quedó solterona y<br />

por fin se murió. Muchos <strong>de</strong> estos medievalistas no se acomodan. Recuerdo que una vez me<br />

indicaste, Lije, que las gentes a menudo confun<strong>de</strong>n sus propias incapacida<strong>de</strong>s con las <strong>de</strong> la<br />

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