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No les es posible a los críticos y comentaristas proporcionar lo que ellosmismos pretenden y los escritores desean tan ridícula e infantilmente.Eso se debe a que los críticos no han sido educados en tal sentido. Suentrenamiento va en dirección opuesta.Todo empieza cuando el niño tiene apenas cinco o seis años, cuando entraen la escuela. Empieza con notas, calificaciones, premios, «bandas», «medallas»,estrellas y, en ciertas partes, hasta galones. Esta mentalidad de carreras decaballos, ese modo de pensar en vencedor y en vencidos, conduce a lo siguiente:«El escritor X está o no unos cuantos pasos delante del escritor Y. El escritor Y hacaído más atrás. En su último libro, el escritor Z ha rayado a mayor altura que elescritor A». Desde el principio, se entrena al niño a pensar así: siempre en términosde comparación, de éxito y de fracaso. Es un sistema de desbroce: el débil sedesanima y cae. Un sistema destinado a producir unos pocos vencedores siemprecompitiendo entre sí. Según mi parecer —aunque no es éste el lugar dondedesarrollarlo—, el talento que tiene cada niño, prescindiendo de su cociente deinteligencia, puede permanecer con él toda su vida, para enriquecerle a él y acualquier otro, si esos talentos no fueran considerados mercancías con valor en unjuego de apuestas al éxito.Otra cosa que se enseña desde el principio es desconfiar del propio juicio. Alos niños se les enseña sumisión a la autoridad, cómo averiguar las opiniones ydecisiones de los demás y cómo citarlas y cumplirlas.En la esfera política, al niño se le explica que es libre, demócrata, con unpensamiento y una voluntad libres, que vive en un país libre, que toma sus propiasdecisiones. Al mismo tiempo, es un prisionero de las suposiciones y dogmas de sutiempo, que él no pone en duda, debido a que nunca le han dicho que existieran.Cuando el joven ha llegado a la edad de escoger «seguimos dando por descontadoque una elección es inevitable— entre el arte y las ciencias, escoge a menudo lasartes por creer que ahí hay humanidad, libertad, verdadera elección. Él no sabe queya ha sido moldeado por un sistema: ignora que la misma elección es una falsadicotomía arraigada en el corazón de nuestra cultura. Quienes lo notan y no quierenser sometidos a un moldeado ulterior, tienden a irse en un intento medioinconsciente e instintivo de encontrar trabajo donde no vuelvan a ser divididoscontra ellos. Con todas nuestras instituciones, desde la policía hasta las academias,desde la medicina a la política, prestamos poca atención a los que se van, eseprocedimiento de eliminación que siempre se produce y que excluye, muytempranamente, a quienes podrían ser originales y reformadores, dejando aaquellos que se sienten atraídos por una cosa, porque eso es precisamente lo queya son ellos mismos. Un joven policía abandona el cuerpo porque dice que no legusta lo que debe hacer. Un joven profesor abandona la enseñanza, quebrantadosu idealismo. Este mecanismo social funciona casi sin hacerse sentir; sin embargo,es poderoso como cualquiera- para mantener nuestras instituciones rígidas yopresoras.Esos muchachos, que se han pasado años dentro del sistema deentrenamiento, se convierten en críticos y comentaristas y no pueden dar lo que elautor, el artista, busca tan tontamente: juicio original e imaginativo. Lo que puedenhacer, y lo hacen muy bien, es decirle al escritor si el libro o la comedia concuerdacon los modelos corrientes de pensar y sentir, con el clima de opinión. Son como elpapel de tornasol. Son veletas valiosas. Son los barómetros más sensibles a laopinión pública. Podéis ver los cambios de modas y de opiniones entre ellos muchoantes que en ninguna parte, excepción hecha del terreno político —se trata depersonas cuya educación ha sido precisamente ésa—, buscando fuera de ellas9

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