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—¿Qué demonios querrá? —comentó Molly, molesta.—No lo sé. Está borracha. Te lo diré por la mañana. Molly... —Anna estabadominada por el pánico al recordar la manera en que se había ido Tommy—. Molly,tenemos que hacer algo por Tommy. De prisa; estoy segura de ello.—Hablaré con él —repuso Molly con sentido práctico.—Marion ha llegado. Tengo que ir a abrir. Buenas noches.—Buenas noches. Te tendré al corriente del estado de ánimo de Tommymañana por la mañana. Supongo que nos preocupamos sin motivo. Después detodo, recuerda lo horribles que éramos nosotras a su edad. —Anna oyó la risaestrepitosa y alegre de su amiga, a la vez que él clic del aparato al ser colgado.Anna pulsó el timbre que abría el cerrojo de la puerta de entrada, y escuchóel ruido desordenado que hacía Marión al subir las escaleras. No podía salir aayudarla; se hubiera ofendido.Marion, al entrar, sonrió de una forma bastante parecida a la de Tommy: erauna sonrisa preparada antes de entrar, y dirigida al conjunto de la habitación. Seacercó al sillón que había usado Tommy y se desmoronó en él. Era una mujer depeso, alta, con abundancia de carne, cansada. La cara era suave o, más bien,borrosa, y su mirada castaña era a la vez borrosa y suspicaz. De muchacha fueesbelta, vivaz y alegre. «Una chica color de avellana», solía decir Richard, primerocon cariño y ahora con hostilidad.Marion miraba a su alrededor intermitentemente, ora con los ojos mediocerrados, ora abriéndolos de una forma exagerada. La sonrisa le habíadesaparecido. Era obvio que estaba muy borracha y que Anna habría de tratar demeterla en la cama. Pero, por el momento, se limitó a sentarse frente a ella, en unsitio en que la otra la pudiera enfocar sin dificultad: exactamente en el mismo sillóndesde el que se había encarado con Tommy.Marión ajustó la cabeza y los ojos para poder ver a Anna y dijo, condificultad:—Qué suerte... tienes..., Anna. Real...men...te creo que tie...nes muchas...suerte de vivir, de vivir como te dé... la gana. Una habitación muy bonita. ¡Y túestás tan... tan... libre! Haces lo que quieres.—Marion, déjame que te meta en la cama. Hablaremos mañana por lamañana.—Tú crees que estoy borracha —precisó Marion, con voz clara y rencorosa.—Pues claro que sí. No importa. Debieras ir a dormir.Anna se sentía tan fatigada, de súbito, que le parecía como si unas manostiraran pesadamente de sus piernas y brazos. Estaba sentada con holgura en elsillón, luchando con los espasmos del cansancio.—¡Quiero beber! —exclamó Marion con displicencia—. ¡Quiero beber! Quierobeber.243

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