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Probó con distintos pasajes de música, un poco de jazz, unos fragmentos deBach, de Stravinsky, pensando que tal vez la música diría lo que no podían decir laspalabras; sin embargo, resultó ser una de las veces, cada día más frecuentes, enque la música parecía irritarla, parecía atacarle las membranas de su oído interno,el cual rechazaba los sonidos como si fueran enemigos.Se dijo: «No sé por qué encuentro aún tan difícil aceptar que las palabrasson deficientes y, por naturaleza, inexactas. Si creyera que son capaces deexpresar la verdad, no escribiría diarios que no dejo ver a nadie, salvo, claro está, aTommy».Aquella noche apenas durmió; estuvo en la cama, despierta, pensando denuevo en ideas tan conocidas que le aburrían al más mínimo contacto: ideaspolíticas, la lógica interna que gobierna a la acción en nuestra época. Era undescenso hacia lo trivial; porque, normalmente, llegaba a la conclusión quecualquier acto que hiciera carecería de fe, es decir, no tendría fe en lo «bueno» nilo «malo», y sería simplemente como un acto provisional, hecho con la esperanzade que resultase bien, pero sin otra cosa fuera de esta esperanza. No obstante, apartir de esta actitud mental era muy posible que se sorprendiera tomandodecisiones que tal vez le costaran la vida, o la libertad.Se despertó muy temprano, y no tardó en encontrarse en mitad de lacocina, con las manos llenas de recortes de periódicos y de chinchetas, pues lasparedes de la habitación grande estaban ya totalmente cubiertas, hasta donde ellallegaba. La asaltó un temor y abandonó los nuevos recortes y los paquetes derevistas y diarios. Pensó: « ¿Qué razón sensata puede haber para que meescandalice de empezar con otra habitación, si no me pareció raro cubrir porcompleto las paredes de la primera, o por lo menos no lo suficiente tomo para dejarde hacerlo?».Sin embargo, se sintió animada al comprender que no colgaría másfragmentos de letra impresa, con información inasimilable. Permaneció en el centrode la gran habitación, diciéndose que debería arrancar los papeles de las paredes.Pero fue incapaz de hacerlo. Volvió a pasear de un lado a otro, a través de lahabitación, juntando una declaración con otra, una serie de palabras con otra.Mientras hacía esto, sonó el teléfono. Era una amiga de Molly, y le dijo queun americano de izquierdas necesitaba una habitación por unos días. Anna bromeóy repuso que, si era americano, estaría escribiendo una novela épica, sometiéndosea un psicoanálisis y pendiente de divorciarse de su segunda mujer..., pero que apesar de todo ello podía contar con la habitación. Más tarde telefoneó él, diciendoque pasaría aquella tarde, a las cinco. Anna se vistió para recibirle, y entonces cayóen la cuenta de que hacía semanas que no se había vestido, excepto lo mínimopara salir a comprar comida y chinchetas. Poco antes de las cinco volvió a llamar,comunicándole que no podía ir, pues tenía que acudir a una cita con su agente. Aella la sorprendieron los minuciosos detalles con que se explicó, pero no dijo nada.Unos minutos más tarde, la amiga de Molly llamó para decirle que Milt (elamericano) iba a una reunión, a su casa, y preguntarle si quería ir también ella.Anna se enfadó, se sacudió el enfado, rehusó la invitación, volvió a ponerse la batay se tumbó nuevamente en el suelo, con sus recortes.Aquella noche, tarde ya, llamaron a la puerta. Anna abrió. Era el americano,quien se excusó por no haber telefoneado, mientras ella lo hacía por no estarvestida.543

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