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esultados, sino que, además, invitaba a los niños del barrio (un barrio pobre) a supiso y les daba clases todas las noches. Les enseñaba literatura, les hacía leer, lespreparaba para los exámenes. Entre una cosa y otra, enseñaba dieciocho horasdiarias.—Ni que decir tiene que, para él, dormir era perder el tiempo. Estabaacostumbrado a descansar sólo cuatro horas por noche.Vivió en aquella habitación hasta que la viuda de un piloto de aviación seenamoró de él y lo trasladó a su piso, dos de cuyas habitaciones pasaron a suentero dominio. Ella tenía tres niños. Harry la trataba con cariño, pero si la vida deella estaba dedicada a él, la de él lo estaba a los niños del colegio y de la calle. Éstaera su vida externa. Mientras tanto, aprendió ruso. Mientras tanto, recogió libros,folletos y recortes de periódicos sobre la Unión Soviética. Mientras tanto, dio formaa una imagen personal de la verdadera historia de la Unión Soviética o, mejordicho, del Partido comunista ruso a partir del año 1900.Un amigo de Jimmy fue a visitar a Harry hacia 1950, y luego le dio noticiasde cómo le había encontrado.—Se vestía con una especie de blusa peluda o de túnica, y calzabasandalias. Llevaba un corte de pelo militar. No sonreía nunca. En la pared, unretrato de Lenin, claro, y otro más pequeño de Trotski. La viuda revoloteabarespetuosamente en un segundo plano. Constantemente entraban y salían niños dela calle. Harry hablaba de la Unión Soviética. Hablaba ya sin dificultad el ruso, y sesabía todas las historias internas de las menores riñas e intrigas, sin olvidar las delos grandes baños de sangre de las épocas más remotas. Y todo esto ¿para qué?Anna, no lo adivinarías nunca.—Pues claro que sí. Se estaba preparando para cuando llegara el día.—¡Naturalmente! Acertaste a la primera.El pobre loco lo tenía todo calculado. Llegaría el día en que los camaradas deRusia verían de pronto, y todos al mismo tiempo, la luz. Dirían: «Nos hemosextraviado, no hemos tomado el buen camino, nuestros horizontes no están claros.Pero allí, en St. Paneras, Londres, Inglaterra, está el camarada Harry, que lo sabetodo. Le invitaremos a que venga y le pediremos consejo». Pasaba el tiempo. Lascosas empeoraban cada vez más, aunque desde el particular punto de vista deHarry mejoraban más y más. Cada nuevo escándalo en la Unión Soviética hacíacrecer la fuerza moral de Harry. Los montones de periódicos acumulados en lashabitaciones de Harry llegaron hasta el techo e inundaron las dependencias de laviuda. Hablaba ruso como un ruso. Stalin murió, y Harry hizo un gesto con lacabeza pensando: «Ya falta poco». Llega el XX Congreso: «Bien, pero no losuficientemente bien». Entonces Harry se encuentra a Jimmy por la calle. Comobuenos antiguos enemigos políticos, arrugan el ceño y se ponen tiesos. Luegohacen una señal con la cabeza y sonríen.—En fin, Harry me invitó al piso de la viuda. Tomamos té. Le dije: «Unadelegación viajará pronto a la Unión Soviética. La organizo yo. ¿Te gustaría ir?». Elrostro de Harry se iluminó de pronto. ¿Te lo imaginas, Anna? Yo sentado allí comoun tonto pensando: «Bueno, al fin y al cabo el pobre trotskista tiene buenasintenciones. Todavía mantiene una debilidad por nuestra Alma Mater». Mientrasque él todo el rato pensaba: «Ha llegado mi día». Me preguntó mil y una vecesquién me había sugerido su nombre, y era tan claro que aquello para él teníamucha importancia que yo no le dije la verdad: que la idea acababa de447

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