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de la ancianidad. Se pasaban horas enteras jugando, en medio de la habitación,mientras los niños hacían sus deberes del colegio donde podían, George y suesposa se iban pronto a la cama, casi siempre debido a la extrema fatiga, pero,además, porque el dormitorio era el único lugar donde podían disfrutar de ciertaintimidad. Ése era su hogar. Además, George se pasaba media semana viajandopor las carreteras; a veces se trasladaba a cientos de kilómetros, al otro extremodel país. Quería a su mujer y ella le correspondía, pero él se sentía constantementeculpable porque si llevar una casa así hubiera resultado muy duro para cualquiermujer, no digamos lo que era para ella, que además trabajaba como secretaria.Ninguno de los dos se había podido tomar unas vacaciones desde hacía años, nuncatenían dinero y siempre estaban discutiendo por unos cuantos peniques y chelines.Mientras tanto, George tenía sus aventuras con mujeres. Le gustabanespecialmente las indígenas. Unos cinco años antes, un día llegó a Mashopi a pasarla noche, y quedó muy impresionado por la mujer del cocinero de los Boothby. Alfin, la mujer se convirtió en su amante.—Si es que ésa es la palabra apropiada —comentó Willi, pero Georgeinsistió, sin pizca de sentido del humor:—Pues ¿por qué no? Si rechazamos la segregación racial, ella tiene derechoa la palabra apropiada en estos casos. Como un homenaje, por decirlo así.George pasaba con frecuencia por Mashopi. El año anterior había visto entreel grupo de chiquillos a uno que era de un color más claro que los otros y se parecíaa él. Le preguntó a la mujer y ella le dijo que sí, que creía que aquél era hijo suyo.Pero no pareció darle importancia.—Bueno —comentó Willi—. Así no hay problema, ¿eh?Recuerdo la mirada de George, de incredulidad patética.—Pero Willi, ¡no seas estúpido! Es mi hijo, y yo tengo la culpa de que vivaen esa barraca.—Bueno, ¿y qué? —volvió a decir Willi.—¡Soy socialista! —estalló George—. Y en este infierno hago todo lo posiblepara comportarme como un socialista y luchar contra la segregación racial. En fin,me subo a las tarimas y hago discursos... Sí claro, digo las cosas con delicadeza.Pero afirmo que la segregación racial va contra los intereses de todos, y que elapacible y manso Jesús no la aprobaría, y que vale la pena jugarse la piel porque esinhumano, podrido e inmoral, y que los blancos están condenados a las llamaseternas... Y ahora estoy pensando en comportarme como cualquier otro blancopodrido que duerme con una negra y contribuye a aumentar el censo de los sincasta de la Colonia.—Ella no te ha pedido que hicieras nada —arguyó Willi.—¡Eso no importa! —replicó George, hundiendo la cara en las palmas de lasmanos, mientras las lágrimas se le escurrían entre los dedos—. Me enteré de ello elaño pasado y me está volviendo loco...—Lo cual no te ayudará en absoluto —dijo Willi.113

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