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El americano, el señor Green, estaba al llegar, así que preparé la habitación.Pero llamó por teléfono para decirme que le habían invitado a pasar un día en elcampo y se instalaría al otro día. Aquello me irritó, porque había quedado en cosasque luego tuve que cambiar. Más tarde, llamó Molly para decirme que su amigaJane había estado con el señor Green «enseñándole el Soho». Me enfadé, y Mollydijo:—Tommy ha conocido al señor Green y no le ha gustado, dice que esdesorganizado, lo que, por otra parte, es un tanto a favor del señor Green, ¿no teparece? Tommy nunca acepta a nadie que no sea morigerado. ¿No te parece raro?Tan socialistas como son él y sus amigos, y resulta que todos están hechos unosrespetables pequeño-burgueses... No tienen más que encontrarse con alguien quetenga algo de vida dentro de él para sentirse escandalizados. Como es natural, lahorrible mujer de Tommy es la peor. Se quejó de que el señor Green era,simplemente, un vagabundo, porque no tiene un empleo fijo. ¿Puedes imaginaralgo más estúpido? Esa chica estaría que ni pintada en el papel de la esposa de unhombre de negocios provinciano, con tendencias ligeramente liberales, que voceapara escandalizar a sus amigos tories ¡Y pensar que es mi nuera! Creo que estáescribiendo un tomazo sobre los chartistas, y ahorra dos libras a la semana paracuando sea vieja. En fin, que si Tommy y esa bruja se ponen en contra del señorGreen, probablemente a ti va a gustarte. La virtud no tiene por qué ser nunca unarecompensa.Yo me reí al oír todo esto, y acabé pensando que no debo de estar tan malcomo creía, si soy capaz de reírme. Madre Azúcar me dijo una vez que le habíacostado seis meses conseguir que una paciente deprimida se riera. Sin embargo, nocabe duda de que la marcha de Janet, al dejarme sola en este piso tan grande, haempeorado mi situación. Me siento sin ánimos y perezosa. Pienso continuamente enMadre Azúcar, pero de una manera nueva, como si ella pudiera ser mi salvación. Elque Janet se haya marchado me ha recordado otra cosa: el tiempo, lo que eltiempo puede ser cuando una no tiene obligaciones. Desde que nació Janet no hepodido disponer de tiempo con holgura, porque tener un hijo significa serconsciente en todo momento del reloj, no poder librarse de algo que debe hacerseen un plazo determinado. Por eso, ahora está reviviendo una Anna que habíamuerto al nacer Janet. Esta tarde estaba sentada en el suelo contemplando cómo elcielo se oscurecía, y me sentía como la pobladora de un mundo en que puedehablarse del matiz de la luz que irradia el cielo al atardecer. Ya no he de pensarque, dentro de una hora, tendré que poner la verdura al fuego. Con ello he vuelto aun estado mental ya olvidado, a algo que proviene de mi niñez. Por la nocheacostumbraba a sentarme en la cama para jugar a lo que yo llamaba «el juego».Primero creaba el cuarto donde me encontraba, «nombrando» todas las cosas (lacama, el sillón, las cortinas) hasta que todo estaba contenido en mi mente.Después salía del cuarto y «creaba» la casa; luego salía de la casa y, poco a poco,iba «creando» la calle; y a continuación me elevaba al aire contemplando Londrespor debajo de mí (los enormes e inacabables yermos de Londres), a la vez queconservaba en mi mente la imagen del cuarto, de la casa y de la calle.Posteriormente «creaba» Inglaterra, la forma de Inglaterra en la Gran Bretaña, elgrupito de islas colocadas frente al continente, y después, poco a poco, «hacía» elmundo, continente tras continente, océano tras océano. La gracia del «juego»estribaba en crear esta vastedad reteniendo a la vez en la mente el cuarto, la casay la calle en su pequeñez, hasta que conseguía llegar al punto en que salía alespacio y miraba el mundo, una bola bañada por el sol en el cielo, que daba vueltaspor debajo de mí. Al conseguir este punto, con las estrellas a mi alrededor, y lapequeña Tierra girando debajo de mí, intentaba imaginar al mismo tiempo una gotade agua bullendo de vida o una hoja verde. A veces conseguía lo que deseaba, elconocimiento simultáneo de lo vasto y lo diminuto: también me concentraba en unasola criatura, un pececito de colores en un lago, una sola flor o una mariposa, y464

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