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Mientras tanto, Paul Tanner le clavaba agudas miradas inquisitivas y le hacía brevespreguntas de carácter práctico sobre su vida. Le dijo, para desbaratar laclasificación en que la había incluido, que durante la guerra había servido en lacantina de una fábrica donde trabajaban mujeres, y que había compartido sualbergue con las obreras. Después de la contienda sufrió de tuberculosis, aunqueno en grado avanzado, y pasó seis meses internada en un sanatorio. Estaexperiencia transformó su vida, que cambió mucho más profundamente que en losaños de la guerra pasados junto a las mujeres de la fábrica. Su madre muriócuando Ella estaba en su primera infancia, por lo que la educó su padre, un tiposilencioso y terco, antiguo oficial del ejército de la India.—Si es que puede llamarse educación a lo que hizo... Me dejó a solas, lo quele agradezco —comentó riendo.Y también había estado casada, por breve tiempo, sin conseguir ser feliz. Acada uno de estos fragmentos de información, Paul Tanner hacía una señal con lacabeza, y Ella lo imaginaba detrás de la mesa de su despacho, asintiendo a lasrespuestas que sus pacientes daban a las preguntas que él les hacía.—Me han dicho que escribe novelas —dijo él mientras aparcaba el cochefrente a la casa de Julia.—Yo no escribo novelas —negó Ella, irritada por lo que parecía unaindiscreción, e inmediatamente se apeó del coche.Paul se apresuró a salir por la portezuela del otro lado y llegó al portal de lacasa al mismo tiempo que ella. Ambos vacilaron. Ella, sin embargo, deseabameterse, alejarse de la intensidad con que él la perseguía.—¿Quiere salir a dar una vuelta en coche mañana por la tarde? —preguntóél bruscamente.De pronto, como si se le acabara de ocurrir, miró al cielo, que aparecía muynublado, y dijo:—Parece que tendremos buen tiempo.Esto último la hizo reír y la predispuso a aceptar su invitación. La cara dePaul se iluminó de alivio; mejor dicho, de triunfo. «Ha conseguido una especie devictoria», pensó Ella, con un escalofrío. Después, al cabo de otra vacilación, le diola mano, hizo una inclinación de cabeza y se fue al coche, diciendo que la pasaría abuscar a las dos. Ella se adentró a través del recibidor y subió a oscuras la escalera.La casa estaba sumida en el silencio. Por debajo de la puerta del cuarto de Julia sefiltraba luz. Claro que, pensándolo bien, era muy temprano todavía. Ella gritó:—Estoy de vuelta, Julia.Y la voz clara y fuerte de Julia respondió:—Entra y hablaremos.Julia, cuyo dormitorio era espacioso y cómodo, estaba tumbada en la camadoble, sobre montones de almohadas y con un libro las manos. Llevaba un pijamacon las mangas arremangadas hasta el codo. Tenía una expresión hecha debenevolencia, astucia y gran curiosidad.160

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