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—¡Mi querido Jimmy! —exclamó Paul—. ¡Qué pena que la economía teaburra tanto! Socialismo o capitalismo, ¿qué más da? En uno u otro caso, todo estehermoso territorio apto para desarrollarse crecerá sólo según el índice posible paralos países seriamente infracapitalizados... ¿Me escuchas, camarada Willi?—Estoy escuchando.—Y puesto que el gobierno, ya sea socialista o capitalista, se enfrentará conla necesidad de proveer rápidamente de viviendas a la mucha gente que carece deellas..., tendrá que escoger las casas más baratas entre las disponibles y, ya que loóptimo es enemigo de lo mejor, el cuadro justo va a ser el de fábricas humeandocontra el hermoso cielo azul, y masas de viviendas baratas e idénticas. ¿Tengorazón, camarada Willi?—Tienes razón.—Bueno, pues ¿entonces?—No se trata de eso.—Para mí, sí. Ésa es la razón por la que me interesa el simple estado salvajede los matabele y los mashona... Lo otro es, sencillamente, demasiado siniestropara imaginarlo. Es la realidad de nuestra época, socialista o capitalista... ¿Verdad,camarada Willi?Willi vacilaba, y acabó contestando:—Existen algunas similitudes exteriores, pero...Fue interrumpido por la risa incontenible de Paul, Jimmy y yo.Maryrose dijo a Willi:—No se ríen por lo que dices, sino porque siempre dices lo que ya esperan.—Ya me doy cuenta.—No —objetó Paul—. Estás equivocada, Maryrose. Yo también me río de loque dice. Sí, porque no es verdad..., y conste que lo siento muchísimo. Que Diosme perdone si soy un dogmático, pero, lamentándolo mucho... Bueno, yo, de vezen cuando, pienso salir en avión de Inglaterra para inspeccionar mis inversiones enultramar y sobrevolar, de paso, esta región, observando el humo de las fábricas ylos bloques de viviendas, recordando estos días tan agradables y pastoriles, y...Un pichón aterrizó sobre los árboles de enfrente, y otro, y otro. Paul disparó.Una de las aves cayó. Disparó de nuevo, y cayó la segunda. La tercera saliódespedida hacia arriba de entre un matorral, como si hubiera sido disparada poruna catapulta. Jimmy se levantó, caminó hacia el lugar, regresó con los dospichones, llenos de sangre, los arrojó junto a los demás y dijo:—Siete. Por el amor de Dios, ¿no es ya bastante?—Sí —concedió Paul, dejando el fusil—. Y ahora emprendamos rápidamenteel camino de vuelta a la taberna. Tendremos el tiempo justo de limpiarnos lasangre, antes de que abran.372

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