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—Buenos días, Nkos. Buenos días, Nkosikaas.Es decir: «Buenos días, Jefe y Jefa». Una vez fuera de la cocina, Paul profirióuna maldición de ira y enojo, y luego añadió, en aquel tono caprichoso y serenoque le servía de protección:—Es extraño que me duela. Al fin y al cabo, Dios ha querido llamarme aocupar en la vida la posición que mejor satisface mi gusto y mi temperamento. Así,pues, ¿por qué me preocupo? Y, sin embargo...Nos dirigimos hacia el salón cruzando bajo el ardiente sol, con el polvocaliente y fragrante debajo de los zapatos. Paul volvió a rodearme el cuerpo con elbrazo, y ahora me producía placer por razones distintas a las de antes, si Willi meveía o no. Recuerdo la sensación del íntimo apretón de su brazo en mi talle, yrecuerdo que pensé que viviendo en un grupo como aquel, semejantes arranquespodían surgir y morir en un momento, dejando tras de sí ternura, curiosidad nosatisfecha y un sentimiento doloroso, aunque no desagradable, e irónico, deoportunidad perdida. Se me ocurrió que tal vez lo que nos unía era aquel tiernodolor de posibilidades no desarrolladas. Debajo de un gran árbol de jacarandá quecrecía junto al salón, donde Willi no nos podía ver, Paul me hizo girar hacia él, memiró sonriendo, y volví a sentir las punzadas de aquel dulce dolor.—Anna —dijo como en una cantilena—. Anna, Anna hermosa, Anna absurda,Anna loca... Anna, nuestro consuelo en este sitio salvaje. Anna, la de los ojosnegros tolerantes e irónicos...Nos sonreímos el uno al otro, mientras los rayos del sol se nos clavabancomo agujas doradas y punzantes a través del espeso y verde ramaje del árbol. Loque dijo entonces fue como una revelación. Porque yo me sentía permanentementea oscuras, insatisfecha, atormentada por el sentimiento de no estar a la altura delas circunstancias. La insatisfacción me empujaba hacia perspectivas inalcanzables,y la actitud mental descrita con las palabras «ojos tolerantes e irónicos» estabamuy lejos de ser la mía. Me parece que por aquella época los demás no eran, paramí, más que apéndices de mis necesidades. Es ahora, al considerarloretrospectivamente, cuando me doy cuenta de que en aquel tiempo yo vivíainmersa en una nebulosa brillante, cambiando y fluctuando de acuerdo con lavolubilidad de mis deseos. Claro que esto no pasa de una descripción de lo que esser joven. Pero de entre nosotros, Paul era el único que tenía una «mirada irónica»,y por eso al entrar en el salón cogidos de la mano yo le miraba pensando si eraposible que un chico con tanto aplomo pudiera sentirse tan atormentado ydesgraciado como yo; pues si era verdad que yo también tenía una «miradairónica» como él, entonces ¿qué diablos significaba? De repente, me sumí en unaaguda e irascible depresión, como a menudo me ocurría en aquel tiempo, yapartándome de Paul me fui sola hacia la ventana.Me parece que aquélla es la habitación más agradable en que me heencontrado en toda mi vida. Los Boothby la habían construido porque en lalocalidad no había ninguna sala para celebrar actos públicos, y siempre tenían quedespejar el comedor cuando querían organizar bailes o reuniones políticas. Lahabían construido de buena voluntad, como un don a la región, y no por lucro.La habitación tenía las proporciones de una gran sala pública, pero parecíaun salón, con las paredes de ladrillo rojo pulido y el suelo de cemento rojo oscuro.Las columnas —había ocho columnas grandes que sostenían el recio techo depaja— eran de ladrillo naranja, tirando a rojizo, sin pulir. En los dos extremos delsalón había sendas chimeneas, tan grandes que muy bien podría asarse un buey en108

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