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—Gracias, muy amable, pero no fumo. Sí, es un buen chico; eso hay quereconocérselo; ha sido siempre muy leal.—Debe de ser como de la familia.—Sí, para mí sí. Y él nos tiene mucho cariño, me consta. Le hemos tratadosiempre justamente.—Tal vez no tanto como a un amigo, sino como a un niño, ¿no? (Esto lo dijoWilli.) Porque no son más que niños grandes.—Sí, es verdad. Cuando llegas a comprenderlos, ves que en realidad sonsólo niños. Les gusta que les trates como a los niños, con firmeza, pero con justicia.El señor Boothby y una servidora creemos que a los negros hay que tratarlos bien.Es de justicia.—Pero, por otro lado, hay que tener cuidado de que no se te suban a lasbarbas —prosiguió Paul—. Porque si no, te pierden el respeto.—Me alegro de que diga eso, Paul, porque la mayoría de ustedes, losjóvenes ingleses, se hacen muchas ilusiones a propósito de los kafirs. Es que, deverdad, hay que hacerles comprender que no deben pasarse de la raya.Y así, etc., etc., etc., hasta que Paul dijo, sentado en su postura favorita, elbock suspendido en el aire y con sus ojos azules clavados afanosamente en los desu interlocutora:—Es que, claro, hay siglos de evolución entre ellos y nosotros. En realidad,no son más que mandriles.Entonces ella enrojeció y desvió la vista. Mandriles era una palabra que yaempezaba a ser demasiado grosera en la Colonia, aunque cinco años antes habíaestado aceptada, e incluso había aparecido en los artículos de fondo de losperiódicos. (Exactamente como la palabra kafir, que diez años más tarde iba asonar mal.) La señora Boothby no podía creer que un «joven instruido, de uno delos mejores colegios de Inglaterra» pudiese usar la palabra mandril. Pero cuandovolvió a mirar a Paul, con su rostro rojo y honesto preparado para la ofensa, allíestaba él, mostrando aquella sonrisa de querubín tan encantadora y atenta comoun mes atrás, cuando se había sentido, no cabía duda de ello, verdaderamentenostálgico de su casa y feliz de que lo mimaran. Ella suspiró súbitamente, selevantó y dijo, en tono cortés:—Ya me excusarán, pero tengo que preparar la cena de mi viejo. Al señorBoothby le gusta tomar un bocado tarde, pues nunca le da tiempo de cenar. Sepasa la noche detrás del bar.Nos dio las buenas noches, inspeccionando largamente a Willi, luego a Paul,con un gesto de estar bastante herida y seria. Nos dejó.Paul echó la cabeza hacia atrás, riéndose, y dijo:—Son increíbles, fantásticos... Francamente, excesivos.—Aborígenes —corrigió Willi, riendo.92

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