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—Y entonces, Janet se comió una cena muy buena de espinacas, huevos ymanzanas con crema, y el bebé de al lado lloró un poco, y luego paró de llorar, y sedurmió, y Janet se limpió los dientes y se fue a dormir.Le cojo la bandeja y Janet pregunta:—¿Tengo que lavarme los dientes?—Claro que sí, sale en la historia.Saca los pies por el borde de la cama, se calza las zapatillas, va al lavabocomo una sonámbula, se lava los dientes, regresa, apago la estufa y corro lascortinas... Janet tiene una manera adulta de permanecer echada en la cama antesde dormirse: cara arriba, con las manos en la nuca y los ojos clavados en elbalanceo suave de las cortinas. Está lloviendo otra vez, con fuerza. Oigo que secierra de golpe la puerta de la casa: es Molly que se ha ido al teatro. Janet lo haoído y dice:—Cuando sea mayor, seré actriz.Ayer dijo que sería maestra. Añade soñolienta:bebé.—Cántame. —Cierra los ojos y murmura—: Esta noche soy un bebé. Soy unAsí que yo canto una y otra vez, mientras Janet escucha para descubrir quénuevo cambio voy a introducir, pues la serie de variaciones en la letra es infinita:—Meciéndote, nena, en tu cama caliente, con sueños suaves y muy bonitosque florecen en tu cabeza, soñarás, soñarás durante toda la noche negra, ydespertarás salva y reconfortada en la mañana luminosa.A menudo, si Janet encuentra que la letra que he escogido no va bien con suhumor de aquel día, me obliga a parar y me pide otra versión; pero esta noche heacertado; y repito la letra una y otra vez, hasta que se duerme. Cuando estádormida tiene un aspecto tan indefenso, tan de cosa diminuta, que debo controlarel fuerte impulso que me embarga por protegerla, por ampararla de los posiblespeligros. Esta noche es más fuerte que nunca; pero ya sé que es debido a quetengo la regla, y que yo misma necesito ampararme en alguien. Salgo de lahabitación, cerrando la puerta con cuidado. Y ahora he de hacer la comida paraMichael. Extiendo la ternera que esta mañana golpeé hasta dejarla bien plana,impregno los trozos con yema de huevo y con el pan rallado que tosté ayer y quesigue oliendo a recién hecho —incluso está crujiente, pese a la humedad del aire—,y corto los champiñones en rodajas, que luego, mezclo con crema de leche. Tengouna lata de gelatina en la nevera, que hago derretir y condimento, mientraspreparo las manzanas al horno que han sobrado después de cocer las de Janet.Separo la pulpa de la piel, que aún está caliente y crujiente, la paso por el colador,la mezclo con crema de vainilla y, una vez batido el conjunto hasta que se haceespeso, lo introduzco de nuevo en las pieles de las manzanas y pongo éstas en elhorno para que se doren. La cocina entera está impregnada de los buenos olores dela comida que se cuece. Y, de súbito, me siento feliz, tan feliz que llego a notarcómo el calor me traspasa el cuerpo. Luego siento algo frío en el estómago, ypienso: «Ser feliz es un engaño, es un hábito que nace de momentos similares aéste, acaecidos durante los últimos cuatro años». De pronto, la felicidad sedesvanece y me siento muy cansada. Y, junto con el cansancio, me invade unsentimiento de culpabilidad, cuyas formas y variantes me son tan familiares que316

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