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separaban de Europa, que ahora, desde el sitio en que estaba, parecía un margendiminuto e insignificante del gran continente, como una enfermedad en la quevolvía a caer, pero no pude volar, no podía salir del llano en que estabantrabajando los campesinos, y el miedo de quedarme allí prisionera me despertó. Medesperté ya avanzada la tarde. La habitación estaba llena de tinieblas y el tránsitorugía fuera, en la calle. Al despertar, fui una persona cambiada por la experienciade ser otros. Anna ya no me importaba, pues no me gustaba ser ella. Con uncansado sentido del deber volví a ser Anna, como si me pusiera un vestido sucio ymuy usado.Y entonces me levanté y encendí las luces. Oí que arriba se movía alguien,lo que significaba que Saúl había vuelto. Al oírle, se me encogió el estómago y volvía encontrarme dentro de la Anna enferma y sin voluntad.Le llamé y me respondió. Como la voz me pareció propicia, desaparecieronmis temores. Luego bajó y la aprensión volvió, porque tenía en la cara una sonrisacaprichosa, que me hizo pensar: « ¿Qué papel estará representando?». Se sentó enla cama, me tomó la mano y la miró con una admiración conscientemente absurda.Intuí que la estaba comparando con la mano de la mujer que acababa de dejar ocon la mujer que él quería que yo creyera que acababa de dejar.—Tal vez el barniz de tus uñas me gusta más.—¡Pero si no llevo las uñas pintadas!más.—Bueno, es igual, porque si las llevaras pintadas, seguramente me gustaríaDio vueltas a la mano, mirándola con una sorpresa divertida. Al final, retiréla mano, y dijo:—Supongo que me vas a preguntar dónde he estado. —Yo no dije nada—. Sino me haces preguntas, yo no te diré mentiras.Seguí callada. Tuve la impresión de ser tragada por un remolino de arena otransportada por una polea hacia una máquina trituradora. Me alejé de él y fuihacia la ventana. En el exterior, la lluvia era reluciente y oscura, y los tejadosaparecían mojados. Los cristales de las ventanas estaban fríos.Él me siguió, me rodeó con sus brazos y me abrazó. Sonreía, como elhombre consciente de su poder con las mujeres. Se veía a sí mismo en aquel papel.Llevaba el suéter azul, con las mangas subidas. Le relucía el vello de los brazos. Memiró a los ojos y dijo:—Te juro que no miento. Lo juro. Lo juro. No he estado con otra. Lo juro.Su voz sonó dramática e intensa, a la vez que concentraba la mirada, comoparodiando esa intensidad.No le creí, pero la Anna que estaba entre sus brazos sí le creyó, inclusomientras contemplaba a la pareja representando aquellos papeles, sin poder creerque fueran capaces de tanto melodrama. Luego me besó. En el instante en que yorespondí, él se apartó y dijo lo que había dicho ya antes, con la hosquedad típica demomentos como aquel:508

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