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Guardaba silencio y pensaba: «Si realmente le gusta vivir de esta forma o,al menos, si lo necesita, explicaría por qué se muestra siempre tan insatisfechoconmigo. La otra cara de una mujercita respetable y seria es la amanteprovocativa, alegre y elegante. Tal vez sí le gustaría que le fuera infiel y llevaravestidos provocativos pero me niego a ello. Soy de esta forma, y si no le gusta, quelo deje correr».Aquella noche, horas más tarde, Paul le dijo riendo, pero con agresividad:—Te haría bien, Ella, ser como las otras mujeres.—¿Qué quieres decir?—Que estuvieses esperando en casa, que fueses la esposa de alguien, quetratases de conservar a tu marido alejado de las otras mujeres, en lugar de tenerun amante rendido a tus pies.—¿Así que eso es lo que eres? —inquirió ella, con ironía—. Pero ¿por quéconsideras el matrimonio como una forma de lucha? Yo no lo veo como una batalla.—¡Ah, no! —exclamó Paul, también con ironía, y añadió—: Acabas deescribir una novela sobre el suicidio—Y eso ¿qué tiene que ver?—Toda esa intuición e inteligencia...Se interrumpió y se la quedó mirando, tristemente y con una expresióncrítica que a Ella le pareció también de reprobación. Estaban en la habitación deElla, bajo el tejado de la casa, con el niño durmiendo en el cuarto contiguo. Losrestos de la cena aparecían esparcidos sobre la mesa baja que se interponía entrelos dos, como otras mil veces. Paul empezó a darle vueltas con los dedos a un vasode vino y añadió, dolorosamente:—No sé cómo habría podido sobrevivir estos últimos meses sin ti.—¿Qué ha pasado de particular en estos meses?—Nada. Ahí está; todo sigue igual. En fin, en Nigeria no tendré que poneremplastos en llagas antiguas, en las heridas de un león sarnoso. Esto es lo quehago aquí, poner bálsamos sobre las heridas de un animal tan viejo que no tienesuficiente vitalidad para curarse. En África, por lo menos, trabajaré por algo nuevoy que crece.Se marchó a Nigeria con inesperada rapidez. Inesperada para Ella, claro.Todavía hablaban del asunto como de algo que ocurriría en un futuro más o menospróximo, cuando un día apareció diciendo que se marchaba a la mañana siguiente.Los planes sobre cómo y cuándo podrían reunirse tuvieron que ser necesariamentevagos, hasta que él no supiera las condiciones en que iba a vivir. Ella le acompañóal aeropuerto como si fuera a verle de nuevo unas semanas más tarde. Pero él,después de que la hubo besado por última vez, se volvió con un gesto de amarguray una sonrisa retorcida, como una mueca dolorosa de todo su cuerpo, que hicieronllorar inesperadamente a Ella. Las lágrimas le caían por las mejillas, notaba frío yse sentía como si hubiera perdido algo. No pudo detener el llanto, pues lloraba paraahuyentar el frío que tanto la haría temblar, sin pausa, durante los días siguientes.192

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