11.07.2015 Views

pfhlamc

pfhlamc

pfhlamc

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

El grupo sobre el que quiero escribir se erigió en tal después de una luchaterrible dentro del «Partido». (Tengo que ponerlo entre comillas porqueoficialmente nunca estuvo constituido; era más bien una especie de identidademocional.) Se dividió en dos por causa de algo sin gran importancia...; tan pocoimportante era, que ni me acuerdo de qué se trataba; sólo recuerdo el asombrohorrorizado que todos sentimos ante el hecho de que tanto odio y resentimientohubieran podido desatarse por una cuestión menor de organización. Los dos gruposacordaron seguir trabajando juntos: hasta aquí llegaba nuestra cordura; peroteníamos programas distintos. Me dan ganas de echarme a reír de desesperación,incluso ahora... ¡Era todo tan insignificante! La verdad es que el grupo parecía unacomunidad de exiliados, con la amargura febril de los exiliados, por cualquiernimiedad. Sí, puede decirse que todos —unos veinte— éramos unos exiliados, yaque nuestras ideas eran muy avanzadas en relación con el desarrollo del país. Pero,ahora que recuerdo, la disputa fue a causa de que una mitad de la organización sequejó de que determinados miembros no estaban «enraizados en el país». Nosdividimos por esto.En cuanto a nuestro pequeño subgrupo, había en él tres hombres de loscampos de aviación, que se habían conocido antes en Oxford: Paul, Jimmy y Ted.Luego estaban George Hounslow, que trabajaba en las carreteras, y Willi Rodde, elrefugiado alemán. Finalmente, dos chicas, yo y Maryrose, quien había nacido en elpaís. Yo era diferente de los demás del grupo, la única que estaba libre, libre en elsentido de que había elegido ir a la Colonia, y podía marcharme cuando quisiera.¿Por qué no me marché? Odiaba el país, lo había odiado desde el momento de millegada en 1939 para casarme y convertirme en la esposa de un cultivador detabaco. Había conocido a Steven en Londres el año anterior, estando él devacaciones. Al día siguiente a mi llegada ya sabía que, aunque me gustaba Steven,no podría soportar aquella vida; pero en lugar de volver a Londres, fui a la ciudad yme coloqué de secretaria. Durante años mi vida parece haber consistido enactividades que empezaba a hacer provisionalmente, por una temporada, sindemasiado entusiasmo, y que luego continuaba. Por ejemplo, me hice «comunista»porque la gente de izquierdas era la única en la ciudad que tenía cierta energíamoral, la única que daba por sabido que la segregación racial era algo monstruoso.No obstante, siempre había dos personalidades en mí: la «comunista» y Anna.Anna juzgaba a la comunista todo el tiempo, y viceversa. Una especie de letargo,supongo. Sabía que se avecinaba la guerra y que iba a ser difícil conseguir unpasaje para Inglaterra, pero pese a todo me quedé. Y, sin embargo, no disfrutabade aquella vida, no disfrutaba de los placeres, aun cuando asistía a las fiestas quese daban a la hora de la puesta del sol, jugaba al tenis y gozaba del sol. De todoello parece que hace tanto tiempo que no puedo sentirme haciendo ninguna deesas cosas. No me «acuerdo» de en qué consistía ser la secretaria del señorCampbell o ir a bailar cada noche, etc. Era otra persona la que vivía todo aquello.Hoy, es cierto, ya puedo imaginarme visualmente, pero incluso esto no fue posiblehasta el otro día, cuando encontré una vieja foto que mostraba a una muchachitadelgada y quebradiza, en blanco y negro, casi como una muñeca. Yo tenía másmundo que las chicas de la Colonia, naturalmente; pero mucha menos experiencia,pues en una colonia la gente tiene mucho más margen para hacer lo que quieran.Las chicas allí pueden hacer cosas que en Inglaterra les hubieran costado durasluchas para conseguirlo. Mi experiencia era literaria y social. Comparada con unachica como Maryrose, a pesar de toda su apariencia de fragilidad y vulnerabilidad,yo era una niña en pañales. La foto me muestra de pie, en la escalera del club, conuna raqueta en la mano. Tengo expresión de divertirme y de poseer un criteriopropio; la mía es una carita aguda. Nunca adquirí aquella admirable cualidadcolonial: la jovialidad. (¿Por qué es admirable? Lo ignoro, pero me gusta.) Sinembargo, no me acuerdo de lo que sentía, excepto de que a diario me decía,incluso después de haber empezado la guerra, que había llegado el momento desacar el pasaje para volver a casa. Por entonces conocí a Willi Rodde y me enredé70

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!