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(* 17) Disfrutamos de una semana de felicidad. El teléfono no sonó.Tampoco se presentó nadie. Al final, todo pasó, Se disparó en Saúl una nuevaenergía, y por eso me pongo a escribir. Veo que he escrito la palabra felicidad. Essuficiente. No sirve de nada que él diga que manipulo la felicidad como si fuesemelaza. Durante esta semana no he sentido el menor deseo de acercarme a estamesa de los diarios. No tenía nada que escribir en ellos.Hoy nos hemos levantado tarde. Pusimos discos e hicimos el amor. Luego, élsubió a su cuarto. Bajó con la cara muy seria. Al mirarle, supe que la corriente se lehabía disparado. Midió a zancadas la habitación y confesó:—Me siento inquieto, me siento inquieto.Lo aseveraba lleno de animosidad hacia sí mismo.—Pues sal a la calle.—Si salgo, me vas a acusar de que he ido a acostarme con otra.—Eso es lo que tú quieres que haga.—Está bien; salgo.—Pues márchate.Permaneció de pie, mirándome lleno de odio, y yo sentí que se me tensabanlos músculos del estómago y bajaba la nube de la ansiedad como una nieblaoscura. Veía cómo se escurría aquella semana de felicidad, y pensaba: «Dentro deun mes Janet estará en casa y esta Anna cesará de existir. Si estoy segura de quepuedo dejar de ser esta persona que sufre desesperadamente porque es necesariopara Janet, entonces también lo puedo hacer ahora. ¿Por qué no lo hago? Porqueno quiero; he aquí la razón. Hay algo que debe acabar de salir; hemos decompletar el dibujo...». Saúl sintió que yo me había distanciado y se alarmó.—¿Por qué tengo que irme si no quiero?—Pues no te vayas.—Me voy a trabajar —anunció bruscamente, frunciendo el ceño.Y se fue, pero al cabo de unos minutos regresó y se apoyó contra la puerta.Yo ni siquiera me había movido. Estaba sentada en el suelo esperando que viniera,porque estaba segura de que iba a bajar. Estaba oscureciendo, y la gran habitaciónllena de sombras, mientras el cielo se coloreaba. Había estado contemplando cómoel cielo se llenaba de color mientras la oscuridad invadía las calles y, sin intentarlo,había conseguido el distanciamiento del «juego». Yo era parte de aquella terribleciudad y de sus millones de habitantes, y estaba a la vez sentada en el suelo porencima de la ciudad, contemplándola desde allí arriba. Cuando entró Saúl, dijo,apoyándose contra el marco de la puerta y en tono acusador:—Nunca me había sentido así, tan ligado a una mujer, hasta el punto de queno puedo irme ni siquiera a pasear sin sentirme culpable.Lo decía en un tono muy alejado de lo que yo sentía, por lo que le increpé:494

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