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enferma regresó y entró en mi interior. Sabía que eran los pasos de arriba los quela habían hecho regresar. Puse un disco de Armstrong, pero el buen humor ingenuode aquella música me pareció algo demasiado remoto. Lo cambié por Mulligan, perola lástima de sí mismo que aquella música expresaba era la voz de la plaga quehabía invadido la casa. Apagué la música y pensé: «Janet va a volver pronto; tengoque acabar con todo esto a la fuerza».Ha sido un día oscuro y frío, sin un asomo del sol invernal. Fuera estálloviendo. Las cortinas están corridas y las dos estufas de parafina, encendidas. Lahabitación ha quedado a oscuras, y en el techo hay dos dibujos de luz roja ydorada, que se tambalean suavemente y vienen de las estufas. El fuego del gas esde un resplandor rojo cuya furia resulta incapaz de penetrar en el frío más allá de aunos pocos centímetros.He estado mirando el bonito cuaderno nuevo, tocándolo llena de admiración.Saúl ha garabateado sobre su cubierta, sin que yo me hubiera dado cuenta, la viejaamenaza escolar:Un palmola nariz le va a creceral que se atrevaeste libro a leer.Lo dice su dueño,SaUl Green.Me ha hecho reír y casi he ido arriba para dárselo. Pero no, no lo haré.Retiraré el cuaderno azul con los demás. Dejaré los cuatro cuadernos. Empezaré uncuaderno nuevo, y me pondré toda yo en un solo cuaderno.[Aquí terminaba el cuaderno azul, con una línea gruesa y negra.]512

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