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—Es más que probable. ¿Y qué hay de terrible en ello?—Te encuentras en una situación muy peligrosa. Ganas el dinero suficientepara no tener que trabajar, debido a las arbitrarias compensaciones de nuestrosistema editorial...—Nunca he pretendido que se hubiera debido a un mérito especial mío.(Noto que mi voz vuelve a adoptar un tono chillón, y añado una sonrisa.)—No, no lo has pretendido nunca. Pero es posible que esa linda velitacontinúe proporcionándote el suficiente dinero como para que no te veas obligada atrabajar durante una buena temporada. Por otra parte tienes a tu hija en el colegioy no te causa muchas preocupaciones. De modo que nada te impide quedarte enuna habitación cualquiera, sin hacer mucho más que cavilar sobre todo.Me río. (El tono con que me habla suena irritado.)—¿De qué te ríes?—De que una vez tuve una maestra, durante mi agitada adolescencia, queme decía: «No discurras, Anna. Deja de discurrir, sal y haz algo».—Tal vez tuviera razón.—La cuestión es que yo no creo que la tuviera. Y no creo que tú la tengas.—En fin, Anna, no hay nada que añadir.—Y no creo ni por un instante que tú mismo creas tener razón.Al oír esto se sonroja ligeramente y me lanza a la cara una mirada hostil. Measombra que, de repente, surja este antagonismo entre los dos, sobre todo en elmomento de separarnos. Porque en los momentos de antagonismo, separarse noes tan doloroso como yo suponía. Los ojos de los dos están empañados. Nosbesamos en la mejilla y nos abrazamos por un instante, pero no cabe duda de queesta última discusión ha transformado nuestros sentimientos recíprocos. Meapresuro hacia mi despacho, cojo el abrigo y el bolso, y bajo la escalera,agradeciendo que Rose no esté por allí y que no deba darle explicaciones.Está lloviendo otra vez, fina y monótonamente. Los edificios, grandes yoscuros, aparecen mojados, en medio de una aureola de luz reflejada. Los rojosautobuses están llenos de vida. Es demasiado tarde para llegar a tiempo a laescuela y recoger a Janet, aun tomando un taxi. Así que subo a un autobús y mesiento entre gente húmeda que huele a moho. Lo que deseo más en estosmomentos es tomar un baño, en seguida. Mis muslos se rozan, pegajosos y, tengolos sobacos húmedos. En el autobús me desmorono, pero decido no pensar en ello,en mi vaciedad. Tengo que estar animada para Janet. Y es así como me despido dela Anna que va al despacho, discute sin parar con Jack, lee cartas tristes yfrustradas, siente desagrado por Rose. Al llegar a casa no encuentro a nadie. Llamopor teléfono a la madre de la amiga de Janet, y me dice que se presentará a lassiete: están terminando un juego. Abro el grifo del baño. Todo el cuarto de aseo sellena de vapor, y me baño, con gusto, despacio. Después reviso el vestido negro yblanco, descubriendo que el cuello tiene un poco de mugre, por lo que no me lopuedo poner. Me irrita j haber echado a perder el vestido poniéndomelo para ir al314

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