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Tenía el pene en erección. Hicimos el amor. El acto amoroso participaba delcalor que había habido en el acto amoroso del sueño. Luego se incorporó sobre ellecho y dijo:—¡Dios mío! ¿Qué hora es?—Las cinco o las seis, imagino.—¡Jesús, no puedo malgastar la vida durmiendo de esta forma!Y salió precipitadamente de la habitación.Yo me quedé echada en la cama. Me sentía feliz. Aquel estado placentero,que tanto me llenaba entonces, era más fuerte que las desgracias y la locura delmundo o, por lo menos, así me lo pareció. Pero entonces la felicidad comenzó aescurrirse, y me quedé echada, pensando: « ¿Qué será esto que tantonecesitamos? (Me refería a las mujeres.) ¿Y cuál es su valor? Lo tuve con Michael,pero no significó nada para él, porque, si no, no me hubiera dejado. Y ahora lotengo con Saul, agarrándome a ello como si fuera un vaso de agua y yo tuvierased. Pero, si pienso en ello, se desvanece. No quería pensar. Si pensara, noexistiría nada entre mi persona y la planta enana del tiesto de la ventana, entre yoy el horror resbaladizo de las cortinas, ni entre yo y el cocodrilo que esperaba entrelas cañas».Permanecí a oscuras en la cama, escuchando el estrépito que hacía Saularriba, con lo que me sentí ya traicionada. Porque Saúl se había olvidado de la«felicidad». El simple hecho de subir había creado ya un abismo entre él y lafelicidad.Pero yo vi esto no sólo como una negación de Anna, sino también como unanegación de la misma vida. Pensé que en esto había una temible trampa tendida alas mujeres, aunque todavía no sé en qué podía consistir, pues no cabe duda de lanueva cuerda pulsada por las mujeres, que es la de sentirse traicionadas. Está enlos libros que escriben, en la forma en que hablan, en todas partes y en todo eltiempo. Es una nota solemne, llena de lástima por ellas mismas. Está en mí, Annatraicionada, Anna no amada, Anna a la que se le niega la felicidad, y quien no dice:« ¿Por qué me niegas?», sino: « ¿Por qué niegas la vida?».Cuando Saul volvió, vino con prisas y agresividad, con los ojosempequeñecidos, y me dijo:—Salgo.—De acuerdo.Era como el prisionero que se escapaba.Yo me quedé donde estaba, exhausta por el esfuerzo que hacía para que nome importara el que tuviera que ser el prisionero que se escapa. Mis emociones sehabían apagado, pero mi mente seguía trabajando, produciendo imágenes, comoen una película. Me fijaba bien en las imágenes, al pasar, pues podía reconocerlascomo fantasías compartidas actualmente por un determinado tipo de personas,salidas de un depósito común, común para millones de seres humanos. Vi a unsoldado argelino estirado sobre una tabla de tortura, y yo era también él,preguntándome por cuánto tiempo lo podría resistir. Vi a un comunista en una503

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