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nas podian disimular su emocibn. iQu6 importaba el<br />
viaje! A1 fin estaban en Chile.<br />
En aquella tibia y luminosa mafiana de primavera,<br />
la capital se les mostraba inmensa, ruidosa,<br />
inabarcable, con un sinfin de novedades y delicias.<br />
Caucamkn apretaba 10s pufios, con fuerza, clavimdose<br />
las uiiias.<br />
s<br />
' Descendieron en la Alameda. A pocos metros, por<br />
la calle Estado, estaba el Hotel Aitor, donde les habian<br />
reservado habitaciones. A CaucamAn le asignaron<br />
una habitaci6n en el tercer piso. Tenia dos camas;<br />
una de ellas iba a ser ocupada por Dominguez.<br />
El peso pesado amaba el aseo. Pidi6 un bafio caliente<br />
y se meti6 en la cama. sus compafieros habian<br />
bsjado a almorzar.<br />
Despert6 con el sol bajo. El liviano Dominguez<br />
se afeitaba frente a1 espejo.<br />
-LQuB tal la cama, compadre? Vistase luego.<br />
Hay que comer temprano para ir a1 Caupolicin. Hoy<br />
presentan a las delegaciones. Tenemos que llevar el<br />
equipo para hacer el saludo.<br />
Al salir a la calle rumbo a1 estadio, la ciudad nocturna<br />
ofrecia un derroch6 de luces de colores. Los<br />
avisos luminosos incendiaban las calles. La Alameda<br />
de las Delicias era un suave descender de luces blancas<br />
que bajaban desde la cordillera.<br />
CaucamAn cambi6 miradas de inteligencia con<br />
Tejo, el peso pluma, y Cancino, el peso gallo. Tambih<br />
ellos venian por primera vez.<br />
Santiago valia la pena, sin duda. La cuesti6n<br />
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