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Delirium

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pero me da demasiado miedo mirarle. Me da miedo perderme en sus ojos, olvidarme de todas las cosas<br />

que se supone que tengo que decir. Fuera, los bosques se han quedado en silencio. Los de la redada<br />

parecen haberse retirado. Un segundo después, los grillos se ponen a cantar.<br />

—¿Por qué te importa? —digo, apenas un susurro.<br />

—Ya te lo dije —susurra a su vez. Siento su aliento que acaricia el espacio detrás de mi oreja;<br />

haciendo que se me erice el pelo de la nuca—. Me gustas.<br />

—¡Si no me conoces! —digo rápidamente.<br />

—Pero quiero conocerte.<br />

El cuarto da vueltas cada vez más rápido. Me aprieto aún más firmemente contra la pared, intentando<br />

mantener cierta estabilidad para contrarrestar la sensación de mareo. Es imposible. Tiene una respuesta<br />

para todo. Es demasiado rápido. Debe de ser un truco. Apoyo las palmas en el suelo húmedo, encuentro<br />

consuelo en la solidez de la madera áspera.<br />

—¿Por qué yo? —no quería preguntar eso, pero ha salido solo—. Yo no soy nadie…<br />

Lo que quiero decir es «yo no soy nadie especial—», pero las palabras se me secan en la boca. Así<br />

es como supongo que uno se siente al escalar una montaña hasta la cumbre, donde el aire es tan ligero que<br />

se puede inhalar e inhalar e inhalar y aun así sentir que falta el aliento.<br />

Él no responde y me doy cuenta de que no tiene respuesta; como yo sospechaba, no hay una razón<br />

para ello en absoluto. Me ha elegido al azar, como un juego, o porque sabía que yo estaría demasiado<br />

asustada para chivarme.<br />

Pero luego comienza a hablar. Su narración es tan rápida y fluida que está claro que ha pensado<br />

mucho en ello, es el tipo de historia que uno se cuenta a sí mismo una y otra vez hasta pulir todas las<br />

aristas.<br />

—Nací en la Tierra Salvaje. Mi madre murió poco después, y mi padre está muerto. Nunca supo que<br />

tenía un hijo. Yo viví allí durante la primera parte de mi vida, simplemente dejándome llevar. Todos los<br />

demás… —duda ligeramente, y noto el gesto de dolor en su voz— inválidos me cuidaron juntos. En<br />

comunidad.<br />

Fuera, los grillos detienen su canto por un instante. Durante ese breve lapso es como si no hubiera<br />

sucedido nada malo, como si esta noche no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal y solo fuera otra<br />

noche de verano, calurosa y lenta, esperando a que la desnude la mañana. El dolor me atraviesa entonces,<br />

pero no tiene nada que ver con la pierna. Me sorprende lo insignificante que es todo, nuestro mundo<br />

entero, lo que parece tener sentido: nuestras tiendas, nuestras redadas, nuestros trabajos y hasta nuestras<br />

vidas. Mientras tanto, el mundo sigue sencillamente igual que siempre, la noche da paso al día y este a la<br />

noche en un círculo infinito, las estaciones cambian y se vuelven a formar como un monstruo que se<br />

sacude trozos de piel que luego le vuelven a salir.<br />

Álex sigue hablando.<br />

—Vine a Portland cuando tenía diez años para unirme a la resistencia. No te voy a contar cómo. Fue<br />

complicado. Conseguí un número de identidad, un nuevo apellido, un nuevo domicilio. Somos más de los<br />

que piensas, inválidos y simpatizantes, somos más de los que nadie cree. Tenemos gente en la policía, y<br />

en todos los departamentos municipales. Tenemos gente hasta en los laboratorios.<br />

Cuando dice esto, se me pone la carne de gallina.<br />

—Lo que quiero decir es que se puede entrar y salir. Es difícil, pero se puede hacer. Me trasladé a

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