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—¡Rachel! —me falta el aliento sin motivo, y me cuesta que salgan las palabras. Estoy tan contenta<br />
de verla que podría romper a llorar. Pero no lo hago, claro—. ¡Has venido!<br />
—Por supuesto que sí —me sonríe—. Eres mi única hermana, ¿recuerdas? —me pasa un ramo de<br />
margaritas que ha traído, envuelto de cualquier manera en papel marrón—. Enhorabuena, Lena.<br />
Acerco la cara a las flores y aspiro, intentando detener la urgencia de abrazarla. Durante un segundo<br />
nos quedamos ahí, mirándonos la una a la otra, y luego ella alarga el brazo. Estoy segura de que me va a<br />
estrechar en recuerdo de los viejos tiempos, o que al menos me va a pasar un brazo por el hombro.<br />
En lugar de eso, simplemente me aparta un rizo de la frente.<br />
—Qué asco —dice, aún sonriendo—. Estás toda sudada.<br />
Es tonto e inmaduro que me sienta decepcionada, pero así es.<br />
—Esta toga —digo, y me doy cuenta de que sí, de que ese debe de ser el problema. Estas ropas me<br />
están ahogando, me están sofocando y hacen que me resulte difícil respirar.<br />
—Venga —dice—. La tía Carol querrá felicitarte.<br />
La tía está de pie en el borde del campo con mi tío, Gracie y Jenny, hablando con la señora Springer,<br />
mi profesora de Historia. Echo a andar junto a Rachel. Ella me saca solo algunos centímetros y<br />
caminamos al mismo paso, pero separadas por un metro de distancia. Está en silencio. Sé que se está<br />
preguntando cuándo podrá irse a casa y seguir con su vida.<br />
Me permito mirar atrás una vez. No puedo remediarlo. Miro a las chicas que circulan con sus togas<br />
naranjas como llamas. Todo parece retroceder de repente, como un zoom. Las voces se mezclan y se<br />
convierten en un solo sonido, como el ruido continuo del océano que discurre por debajo del ritmo de las<br />
calles de Portland, tan constante que casi no se nota. Todo parece descarnado y vivido y congelado en el<br />
tiempo, como si estuviera dibujado de forma precisa y delineado en tinta: las sonrisas estáticas de los<br />
padres, los cegadores flashes de las cámaras, las bocas abiertas y los dientes brillantes, los relucientes<br />
cabellos oscuros, el cielo azul profundo y la luz implacable en la que se hunde todo, tan claro y tan<br />
perfecto que estoy segura de que es ya un recuerdo o un sueño.