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una mínima fracción de segundo, casi desearía no haber conocido nunca a Álex. Ojalá pudiera rebobinar<br />
hasta el comienzo mismo del verano, cuando todo era tan claro, sencillo y fácil, o incluso más atrás, hasta<br />
el otoño pasado, cuando Hana y yo dábamos vueltas alrededor del Gobernador y estudiábamos para los<br />
exámenes de cálculo en el suelo de su habitación, y los días que faltaban para mi operación iban cayendo<br />
hacia delante como una hilera de piezas de dominó.<br />
El Gobernador. Donde Álex me vio por primera vez, donde me dejó una nota.<br />
Y entonces, así de repente, se me ocurre una idea.<br />
Me esfuerzo por adoptar un tono despreocupado.<br />
—¿Y qué ha sido de Allison Doveney? —digo—. ¿No ha querido despedirse?<br />
Hana se vuelve y me mira fijamente. Allison Doveney fue siempre nuestro nombre en código para<br />
Álex cuando teníamos que hablar de él por teléfono o en mensajes electrónicos. Junta las cejas.<br />
—No he podido ponerme en contacto con ella —dice cuidadosamente. Su mirada dice: «Esto ya te lo<br />
he explicado».<br />
Arqueo las cejas, esperando que entienda lo que quiero decirle: «Confía en mí».<br />
—Sería agradable verla antes de la operación de mañana —espero que Carol esté escuchando y<br />
acepte esto como una señal de que me he resignado al cambio de planes—. Las cosas serán distintas<br />
después de la cura.<br />
Hana se encoge de hombros y abre los brazos. «¿Qué quieres que haga?».<br />
Yo suspiro y cambio de tema:<br />
—¿Te acuerdas de cuando nos daba clase el señor Raider, en quinto? ¿Cómo nos pasábamos notas<br />
todo el día?<br />
—Sí —contesta Hana cautelosamente.<br />
Aún sigue confundida. Veo que empieza a preocuparse porque el golpe en la cabeza haya podido<br />
afectar a mi capacidad para pensar con claridad.<br />
Vuelvo a suspirar exageradamente, como si el recordar lo bien que lo pasábamos juntas me estuviera<br />
llenando de nostalgia.<br />
—¿Te acuerdas de cuando nos pilló y nos hizo sentarnos separadas? Cada vez que nos queríamos<br />
decir algo, nos levantábamos a afilar el lápiz y dejábamos una notita en el florero vacío del fondo de la<br />
clase —me obligo a reír—. Un día creo que afilé el lápiz diecisiete veces. Y el bueno de Raider nunca<br />
llegó a enterarse…<br />
Una lucecita se enciende en sus ojos y se queda muy quieta, en estado de alerta, como un ciervo justo<br />
antes de saltar para escapar de un depredador. Aun así, se echa a reír.<br />
—Sí, ya me acuerdo. Pobre señor Raider, no se enteraba de nada —dice.<br />
A pesar de su tono despreocupado. Hana se sienta en la cama de Gracie y se inclina hacia delante con<br />
los codos en las rodillas y los ojos clavados en mí. Y entonces sé que se ha dado cuenta de adónde<br />
quiero ir a parar con todas estas tonterías sobre Allison Doveney y la clase del señor Raider. Tiene que<br />
llevarle una nota a Álex.<br />
Vuelvo a cambiar de tema.<br />
—¿Y te acuerdas de la primera vez que hicimos una ruta larga corriendo? Yo al final tenía las piernas<br />
como gelatina. ¿Y la primera vez que fuimos desde el West End hasta el Gobernador? Yo salté y le toqué<br />
la mano como si le estuviera chocando los cinco.