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un empujón en la cámara y echo el cerrojo.<br />
Pensar en lo de ayer resucita mi ansiedad por Hana. Ha salido en los periódicos la noticia de la<br />
redada. Al parecer, cientos de personas de toda la ciudad fueron interrogadas o enviadas sin más a las<br />
Criptas, aunque no he oído a nadie referirse específicamente a la fiesta de Deering Highlands.<br />
Si Hana no me devuelve la llamada esta noche, iré a su casa. Me repito que hasta entonces no tiene<br />
sentido preocuparse, pero al mismo tiempo me reconcome un doloroso sentimiento de culpabilidad.<br />
El viejo sigue rondando por los compartimentos frigoríficos sin hacerme ningún caso. Perfecto. Me<br />
vuelvo a poner el delantal, y luego, tras comprobar que Jed no está mirando, alzo el brazo, cojo todos los<br />
botes de ibuprofeno —aproximada mente una docena— y me los guardo en el bolsillo del delantal.<br />
A continuación suspiro en voz alta:<br />
—Jed, necesito que me cubras otra vez.<br />
Alza sus acuosos ojos azules y parpadea.<br />
—Estoy reponiendo.<br />
—Pero es que aquí se han acabado los analgésicos. ¿No te habías dado cuenta?<br />
Se me queda mirando durante varios larguísimos segundos. Mantengo las manos apretadas a la<br />
espalda. Si no, estoy convencida de que el temblor me delataría. Por fin mueve la cabeza.<br />
—Voy a ver si encuentro alguno en el almacén. Hazte cargo de la caja, ¿vale?<br />
Salgo del mostrador despacio para que los botes no hagan ruido, manteniendo el cuerpo ligeramente<br />
apartado de él. Con suerte no notará el bulto. Este es un síntoma de los deliria del que nadie te habla. Al<br />
parecer, la enfermedad te convierte en un mentiroso de marca mayor.<br />
Al fondo del súper, me introduzco entre una pila de cajas de cartón que parecen a punto de<br />
derrumbarse. Haciendo fuerza con el hombro, consigo entrar en el almacén y cierro la puerta a mi<br />
espalda. Por desgracia, no tiene cerrojo, así que arrastro una caja de compota de manzana hasta colocarla<br />
delante de la puerta, por si acaso Jed decidiera venir a investigar cuando mi búsqueda de ibuprofeno<br />
dure más de lo normal.<br />
Un momento después, oigo un toque suave en la puerta que da al callejón. Toc, toc, toc, toc. toc.<br />
La puerta me parece más pesada que de costumbre. Necesito toda mi fuerza solo para abrirla un poco.<br />
—Te he dicho que llamaras cuatro veces —empiezo a decir mientras el sol se cuela en el cuarto,<br />
deslumbrándome por un momento. Y luego las palabras se me secan en la garganta y casi me ahogo.<br />
—¡Hola! —dice Hana. Está en el callejón, cambiando el peso de un pie a otro, pálida y preocupada<br />
—. Esperaba que estuvieras aquí.<br />
Por un momento, no puedo ni contestar. Me inunda el alivio. Hana está aquí, intacta, entera, bien, y al<br />
mismo tiempo la ansiedad comienza a tamborilear en mi interior. Rápidamente, recorro el callejón con la<br />
mirada. Álex no está. Quizá ha visto a Hana y se ha ido asustado.<br />
—¡Eh! —arruga la frente—. ¿Me dejas entrar o qué?<br />
—¡Ay, perdona! Claro, pasa.<br />
Atraviesa rápidamente la puerta y echo una última ojeada al callejón antes de cerrar. Estoy encantada<br />
de verla, pero también nerviosa. Si aparece Álex estando ella aquí…<br />
«Pero no lo hará», me digo. «Tiene que haberla visto. Se dará cuenta de que no es seguro venir en<br />
este momento». No es que piense que ella va a chivarse, pero aun así… Después de todos los sermones<br />
que le he echado sobre seguridad e imprudencias, no la culparía si quisiera que me trincaran.