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Mediodía. Álex sale hoy de trabajar a mediodía. Se suponía que iba a encontrarme con él. Íbamos a<br />
hacer un picnic en Brooks 37, como hacemos siempre que sale del turno de mañana. Íbamos a disfrutar<br />
pasando la tarde juntos.<br />
—Pero… —empiezo a protestar, sin saber qué más puedo decir.<br />
—Nada de peros —me ataja cruzándose de brazos con su mirada implacable—. Arriba.<br />
No sé cómo consigo subir las escaleras. Estoy tan enfadada que casi no puedo ver. Jenny está en el<br />
descansillo, mascando chicle, vestida solo con un bañador viejo de Rachel. Le queda demasiado grande.<br />
—¿Qué te ocurre? —pregunta cuando paso por su lado.<br />
No contesto. Me voy directamente al baño y regulo el grifo a la máxima temperatura. Carol odia que<br />
desperdiciemos agua, y normalmente me ducho lo más rápido posible, pero hoy no me importa. Me siento<br />
en el váter, me meto los dedos en la boca y los muerdo para no gritar. Todo es culpa mía. He ignorado la<br />
fecha de la operación y he evitado hasta pensar el nombre de Brian Scharff. Y Carol tiene toda la razón:<br />
esta es mi vida, este es el orden de las cosas. No hay forma de cambiarlo. Respiro hondo y me digo que<br />
debo dejar de ser una cría. Todo el mundo tiene que madurar en algún momento, y mi momento es el tres<br />
de septiembre.<br />
Voy a ponerme de pie, pero entonces veo una imagen de Álex anoche, muy cerca de mí, pronunciando<br />
aquellas palabras extrañas, maravillosas: «Te amo con toda la profundidad y amplitud y altura que mi<br />
alma puede alcanzar». Esa imagen me derriba y vuelvo a caer sentada en la tapa del váter.<br />
Álex que ríe, que respira, que está vivo pero lejos, desconocido. Una oleada de náuseas se apodera<br />
de mí y me doblo con la cabeza entre las rodillas, luchando contra las arcadas.<br />
«La enfermedad», me digo a mí misma. «La enfermedad progresa. Todo irá bien después de la<br />
operación. Ese es el objetivo».<br />
Pero no funciona. Cuando por fin consigo meterme en la ducha, trato de perderme en el ritmo del agua<br />
que golpea la porcelana, pero los recuerdos de Álex no dejan de pasarme por la mente: me besa, me<br />
acaricia el pelo, sus dedos se deslizan sobre mi piel. Las imágenes bailan y parpadean como la luz de una<br />
vela a punto de extinguirse.<br />
Lo peor es que ni siquiera puedo avisarle de que no podré reunirme con él. Es demasiado peligroso<br />
llamarle. Mi plan era bajar a los laboratorios y decírselo en persona, pero cuando llego al piso de abajo,<br />
duchada y vestida, y me dirijo a la puerta, Carol me detiene.<br />
—¿Dónde crees que vas? —dice con aspereza.<br />
Noto que sigue enfadada porque antes he discutido con ella; sigue enfadada y seguramente ofendida.<br />
Sin duda, piensa que yo tendría que estar dando volteretas de alegría porque finalmente he sido<br />
emparejada. Tiene derecho a pensarlo: hace unos meses, yo habría reaccionado exactamente así.<br />
Agacho la mirada e intento sonar lo más dulce y dócil posible.<br />
—Solo pensaba dar un paseo antes de que llegue Brian —intento ruborizarme a voluntad—. Estoy un<br />
poco nerviosa.<br />
—Ya has pasado demasiado tiempo fuera de casa —replica—. Y lo único que vas a conseguir es<br />
ensuciarte y volver a sudar. Si quieres algo que hacer, puedes ayudarme a ordenar el armario de la ropa<br />
blanca.<br />
No puedo desobedecerla, así que la sigo escaleras arriba y me siento en el suelo mientras me pasa<br />
toalla raída tras toalla raída. Las inspecciono buscando agujeros, manchas y otros daños, las desdoblo y