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Sintiéndome insatisfecha y culpable, cuelgo el teléfono. Mientras yo estaba en el cobertizo con Álex,<br />
tal vez ella estuviera herida, detenida o quién sabe qué; tendría que haberme esforzado más para<br />
encontrarla.<br />
—Lena —mi tía me llama desde la cocina con voz cortante, justo cuando me dirijo arriba para<br />
prepararme.<br />
—¿Sí?<br />
Se acerca unos pasos. Algo en su expresión me produce ansiedad.<br />
—¿Estás cojeando? —pregunta. Yo he hecho todo lo posible por caminar con normalidad.<br />
Aparto la mirada. Es más fácil mentir si no la miro a los ojos.<br />
—Creo que no.<br />
—No me mientas —su voz se vuelve fría—. Tú crees que no sé de qué va esto, pero sí que lo sé —<br />
durante un minuto horrorizado, me parece que me va a pedir que me suba los pantalones del pijama o me<br />
va a decir que sabe lo de la fiesta—. Has vuelto a correr, ¿verdad? Y mira que te dije que no lo hicieras.<br />
—Solo una vez —digo aliviada—. Creo que me he torcido el tobillo.<br />
Carol mueve la cabeza con expresión decepcionada.<br />
—De veras, Lena. No sé cuándo has empezado a desobedecerme. Pensaba que tú, por lo menos… —<br />
se interrumpe—. En fin. Solo quedan cinco semanas, ¿no? Y después, todo esto se arreglará.<br />
—Sí —me obligo a sonreír.<br />
Durante toda la mañana, oscilo entre preocuparme por Hana y pensar en Álex. Dos veces marco el<br />
precio equivocado a los clientes y tengo que llamar a Jed, el encargado general de mi tío, para que<br />
corrija el error. Luego, tiro una balda entera de platos precocinados de pasta y me equivoco al etiquetar<br />
doce paquetes de queso blanco. Menos mal que el tío está fuera haciendo el reparto, y estamos solos Jed<br />
y yo. Además, Jed apenas me mira y solo me habla con gruñidos, así que estoy casi segura de que no va a<br />
notar que me he convertido en un desastre torpe e incompetente.<br />
Soy consciente de lo que ocurre, por supuesto. La desorientación, la distracción, los problemas de<br />
concentración, son todos síntomas clásicos de la fase 1 de los deliria. Pero no me importa. Si la<br />
pulmonía fuera así de agradable, me quedaría de pie en la nieve con los pies descalzos y sin abrigo, o<br />
iría al hospital y besaría a los enfermos para que me contagiaran.<br />
Le he contado a Álex mi horario de trabajo y hemos quedado en Back Cove justo después de que yo<br />
termine mi turno, a las seis. Los minutos pasan arrastrándose hasta mediodía. Juro que nunca he sentido<br />
que el tiempo transcurriera tan despacio. Es como si cada segundo necesitara ánimos para avanzar y<br />
dejar paso al siguiente. No hago más que desear que el reloj se mueva más rápido, pero parece resuelto a<br />
resistirse. Veo a una clienta que se mete el dedo en la nariz en la sección de productos (más o menos)<br />
frescos. Miro el reloj, vuelvo a mirar a la clienta, vuelvo a mirar el reloj, y la manilla larga no se ha<br />
movido ni un milímetro. Me da terror que el tiempo se detenga por completo mientras esa mujer tiene el<br />
meñique enterrado en la ventana derecha de su nariz, justo delante de una bandeja de lechuga lacia.<br />
A las doce tengo un descanso de quince minutos. Salgo, me siento en la acera y me trago unos pocos<br />
bocados de sándwich, aunque no tengo hambre. La emoción de saber que voy a ver a Álex de nuevo me<br />
estropea el apetito una barbaridad. Otro síntoma de deliria.<br />
«Pues no me importa lo más mínimo».<br />
A la una Jed comienza a reponer y yo sigo atrapada en la caja. Hace un calor tremendo y hay una