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Delirium

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nosotras.<br />

Hana abre la boca, quizá para oponerse, pero en ese momento nos interrumpen. Un chico con un<br />

flequillo rubio apagado que le cae sobre los ojos se abre paso hasta nosotras, con dos vasos grandes de<br />

plástico en la mano.<br />

El chico del pelo rubio le da un vaso a Hana. Ella lo acepta, le da las gracias y luego se vuelve hacia<br />

mí.<br />

—Lena —dice—, este es mi amigo Drew.<br />

Percibo en ella, por un momento, una sombra de culpabilidad, pero luego la sonrisa vuelve a su<br />

rostro, tan ancha como siempre, como si estuviéramos en mitad del colegio hablando de un control de<br />

Biología.<br />

Abro la boca, pero no me salen las palabras; probablemente es mejor, teniendo en cuenta que acaba<br />

de sonar en mi cabeza una alarma gigante de incendios. Puede parecer tonto e ingenuo, pero ni una sola<br />

vez cuando venía hacia las granjas se me ha ocurrido siquiera la posibilidad de que la fiesta fuera mixta,<br />

que Hana estuviera con un chico. No me lo había planteado.<br />

Violar el toque de queda es una cosa; escuchar música no autorizada es incluso peor. Pero violar las<br />

leyes de la segregación es uno de los peores delitos que existen. De ahí el adelanto de la intervención de<br />

Willow Marks y las pintadas en la pared de su casa, de ahí que Chelsea Bronson fuera expulsada de la<br />

escuela tras haber sido, supuestamente, encontrada más allá del toque de queda con un chico de Spencer,<br />

de ahí que sus padres fueran despedidos misteriosamente del trabajo, y que toda su familia se viera<br />

obligada a abandonar su casa. Y, al menos en el caso de Chelsea Bronson, no había ni una sola prueba.<br />

Tan solo rumores.<br />

Drew me hace un pequeño saludo con la mano.<br />

—¿Qué hay, Lena? —mi boca se abre y se cierra. Aún no hay sonido. Por un momento nos quedamos<br />

allí en un silencio incómodo—. ¿Whisky? —me ofrece un vaso con un gesto repentino, espasmódico.<br />

—¿Whisky? —respondo con voz aguda.<br />

He bebido alcohol muy pocas veces. En Navidad, cuando la tía Carol me sirve un poco de vino, y una<br />

vez en casa de Hana, cuando robamos un licor de zarzamora del minibar de sus padres y estuvimos<br />

bebiendo hasta que el techo empezó a dar vueltas sobre nuestras cabezas. Ella se reía a carcajadas, pero<br />

a mí no me gustó, no me gustó aquel sabor dulzón y asqueroso en la boca, ni la forma en que mis<br />

pensamientos se desvanecían como la neblina al sol. Fuera de control, así me sentía, y lo odiaba.<br />

Drew se encoge de hombros.<br />

—No quedaba nada más. El vodka es lo primero que se acaba en estas cosas.<br />

Supongo que la expresión «estas cosas» quiere decir que ocurren a menudo.<br />

—No —intento devolverle el vaso—. Toma.<br />

Me hace un gesto, se ve que no me ha entendido.<br />

—No pasa nada. Ya pillo otro.<br />

Drew sonríe rápidamente a Hana antes de desaparecer entre la multitud. Me gusta su sonrisa, la forma<br />

en que se alza medio torcida hacia su oreja izquierda, pero al darme cuenta de que estoy pensando en que<br />

me gusta su sonrisa, siento el pánico que me recorre, que late en mi sangre, toda una vida de susurros y<br />

acusaciones.<br />

Control. Todo tiene que ver con el control.

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