Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
vivir con dos extraños, ambos simpatizantes, y me dijeron que los llamara tío y tía —se encoge de<br />
hombros ligeramente—. No me importó. Nunca había conocido a mis verdaderos padres, y me habían<br />
criado docenas de tíos y tías diferentes. Para mí no cambiaba nada.<br />
Su voz se ha ido haciendo cada vez más baja, y parece que casi se ha olvidado de que estoy aquí. No<br />
tengo claro a dónde quiere llegar, pero contengo el aliento para no romper el hechizo de sus palabras.<br />
—Odiaba estar aquí. Lo odiaba hasta un punto que no te puedes ni imaginar. La gente tiene un aire<br />
aturdido. Odiaba los edificios, los olores, lo cerca que estaba todo. Y las reglas. Reglas por todas partes.<br />
Reglas y muros, reglas y muros. No estaba acostumbrado. Me sentía como en una jaula. Estamos en una<br />
jaula, una jaula hecha de fronteras.<br />
Me recorre un escalofrío. En los diecisiete años y once meses de mi vida, nunca, ni una sola vez, he<br />
pensado en ello de esta forma. Me he acostumbrado tanto a pensar en lo que las fronteras mantienen<br />
alejado, que no he considerado que también nos mantienen a nosotros recluidos. Ahora lo veo a través de<br />
los ojos de Álex, e imagino cómo se ha debido de sentir.<br />
—Al principio estaba enfadado. Solía quemar cosas: papel, libros, cartillas escolares… De alguna<br />
manera me hacía sentir mejor —se ríe en voz baja—. Incluso quemé mi ejemplar del Manual de FSS.<br />
Me recorre un nuevo escalofrío. Pintarrajear o destruir el Manual de FSS es un sacrilegio.<br />
—Todos los días caminaba a lo largo de la frontera durante horas. A veces lloraba.<br />
Se revuelve a mi lado y me doy cuenta de que le da vergüenza. Es la primera señal desde hace rato de<br />
que recuerda que estoy aquí, que me está hablando, y casi me vence la urgencia de coger su mano, de<br />
darle un apretón o de ofrecerle algún tipo de consuelo. Pero mantengo las manos pegadas al suelo.<br />
—Pasado un tiempo, solo caminaba. Me gustaba observar a los pájaros. Remontaban el vuelo desde<br />
aquí y se dirigían sin problema hacia la Tierra Salvaje. Adelante y atrás, adelante y atrás, elevándose y<br />
girando por el aire. Podía pasarme horas mirándolos. Libres, eran totalmente libres. Había pensado que<br />
nada ni nadie era libre en Pórtland, pero me equivocaba. Siempre quedaban los pájaros.<br />
Se queda callado durante un rato y pienso que quizá haya terminado su historia. Me pregunto si se le<br />
habrá olvidado mi duda inicial: «¿Por qué yo?», pero me da demasiada vergüenza recordárselo, así que<br />
me quedo ahí sentada y me lo imagino de pie en la frontera, inmóvil, observando los pájaros que vuelan<br />
por encima de su cabeza. Me calma.<br />
Tras lo que parece una eternidad, comienza a hablar de nuevo, esta vez con una voz tan baja que tengo<br />
que acercarme un poco más para poder oírlo.<br />
—La primera vez que te vi, en el Gobernador, llevaba años sin ir a la frontera a ver los pájaros. Pero<br />
aun así me recordaste a ellos. Estabas dando un salto mientras gritabas algo, y el pelo se te había salido<br />
de la coleta, y eras tan rápida… —mueve la cabeza—. Apenas un destello y desapareciste. Como los<br />
pájaros.<br />
Yo no tenía intención de moverme y no había notado que él se moviera, pero, sin saber cómo,<br />
terminamos cara a cara en la oscuridad, a pocos centímetros de distancia.<br />
—Todo el mundo está dormido. Llevan años dormidos. Tú parecías… despierta —susurra. Cierra<br />
los ojos, los vuelve a abrir—. Estoy harto de dormir.<br />
Mi corazón se alza y aletea como si realmente en este instante se hubiera transformado en un pájaro<br />
que vuela. El resto de mi cuerpo parecer flotar como si un viento cálido soplara a través de mí,<br />
partiéndome en mil pedazos, convirtiéndome en aire.