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Delirium

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inmenso cuando me volvió a coger. Y sin embargo, también sentí decepción. Como si me hubiera perdido<br />

la oportunidad de algo grande, ¿entiendes?<br />

—¿Y qué pasó? —Álex alza la cabeza para mirarme—. ¿Ya no vienes nunca aquí? ¿Tu madre le<br />

perdió el gusto al mar?<br />

Aparto los ojos, miro al horizonte. Hoy la bahía está relativamente en calma. No hay olas, todo es una<br />

sucesión de azules y malvas a medida que el mar se aleja de la playa con un sonido bajo de succión.<br />

Inofensivo.<br />

—Ella murió —digo, sorprendida de lo que me cuesta decirlo. Álex está callado junto a mí y yo me<br />

apresuro a explicar—: Se suicidó. Cuando yo tenía seis años.<br />

—Lo siento —dice en voz tan baja que casi no lo oigo.<br />

—Mi padre murió antes, cuando yo tenía ocho meses. No recuerdo nada de él. Creo… creo que de<br />

algún modo eso acabó con ella, ¿entiendes? Con mi madre, quiero decir. No estaba curada. No funcionó.<br />

No sé por qué. Lo intentaron en tres ocasiones, trataron de salvarla. Le hicieron la operación tres veces,<br />

pero eso no… no consiguió arreglarlo.<br />

Hago una pausa y aspiro un poco de aire. Me da miedo mirar a Álex, que sigue tan callado y tan<br />

quieto a mi lado como si fuera una estatua, una pieza tallada en sombras. Con todo, no puedo dejar de<br />

hablar. Curiosamente, me doy cuenta de que nunca había contado a nadie la historia de mi madre. Nunca<br />

he tenido que hacerlo. Todos a mi alrededor —mis compañeros de escuela, mis vecinos y los amigos de<br />

mi tía— sabían la historia de mi familia y sus vergonzosos secretos. Esa es la razón de que siempre me<br />

miraran con compasión, por el rabillo del ojo. Por eso es por lo que durante años cabalgué sobre una ola<br />

de susurros cada vez que entraba en una habitación; al llegar a un sitio me abofeteaba el silencio<br />

repentino, silencio y caras sorprendidas, culpables. Hasta Hana lo sabía antes de que fuéramos<br />

compañeras de pupitre en segundo. Lo recuerdo porque me encontró en un cubículo del baño, llorando<br />

con un trozo de toalla de papel metido en la boca para que nadie pudiera oírme. Abrió la puerta de un<br />

puntapié y se quedó mirándome. «¿Es por tu mamá?», esas fueron las primeras palabras que me dirigió.<br />

—Yo no sabía que le pasaba algo. No sabía que estaba enferma. Era demasiado pequeña para<br />

comprender.<br />

Mantengo los ojos centrados en el horizonte, una fina línea tangible, tensa como un alambre de<br />

equilibrista. El mar se sigue alejando de nosotros y. como siempre, me viene la misma fantasía que tenía<br />

cuando era niña: tal vez el agua no vuelva, tal vez el océano desaparezca para siempre, retirándose de la<br />

superficie de la Tierra como los labios se retiran sobre los dientes, revelando la dureza blanca y fresca<br />

de debajo, el hueso blanqueado.<br />

—Si lo hubiera sabido, tal vez podría haber…<br />

En el último momento me falla la voz y ya no puedo decir nada más, no puedo completar la frase: «…<br />

tal vez podría haberla detenido». Es una frase que no he pronunciado nunca, ni siquiera me he permitido<br />

pensarla. Pero la idea está ahí, inminente, sólida e inevitable, una pared de pura roca: podría haberlo<br />

evitado. Debería haberlo evitado.<br />

Nos quedamos en silencio. En algún momento durante mi historia, la madre y el hijo han debido de<br />

recoger y se han ido a casa. Álex y yo estamos solos en la playa. Ahora que las palabras ya no borbotean<br />

y salen apresuradas de mí, no puedo creer cuánto he compartido con una persona casi totalmente<br />

desconocida, y chico además. De repente, un picor como de vergüenza casi me obliga a rascarme. Busco

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