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mataderos casi no hay patrullas. Pero primero tengo que pasar por el West End, donde vive gente rica<br />
como Hana, atravesar Libbytown y cruzar el río Fore por el puente de la calle Congress.<br />
Afortunadamente, las calles están desiertas.<br />
Stroudwater queda a media hora larga, incluso yendo deprisa. A medida que dejo la península,<br />
alejándome de los edificios y negocios del centro en dirección a los barrios residenciales, las casas se<br />
van haciendo más pequeñas y hay más distancia entre ellas. Las rodean patios con poco césped y muchos<br />
hierbajos. Esto no es todavía la parte rural de Portland, pero ya hay señales de que el campo se va<br />
acercando: plantas que crecen entre las tablas medio podridas de los porches, un búho que ulula<br />
lastimero en la oscuridad, una guadaña negra de murciélagos que corta el cielo de repente. Casi todas<br />
estas casas tienen coches delante, como las mansiones acomodadas del West End, pero estos han sido, a<br />
todas luces, rescatados de la chatarra. Muchos están apoyados sobre bloques de hormigón en vez de<br />
ruedas. Veo uno cuyo techo corredizo está atravesado por un árbol, como si el vehículo acabara de caer<br />
del cielo y se hubiera empalado allí; hay otro, con el capó abierto, al que le falta el motor. Cuando paso,<br />
de esa cavidad negra sale de repente un gato que maúlla y me mira.<br />
Una vez que cruzo el río Fore, desaparecen las casas y hay solo campo, granjas con nombres como<br />
Meadow Lane, Sheepsbay o Willow Creek, lo que les da un toque agradable y acogedor. Lugares donde<br />
alguien podría estar horneando magdalenas y separando la nata fresca para hacer mantequilla. Pero casi<br />
todas las granjas pertenecen a grandes empresas, están repletas de ganado y a menudo explotan a<br />
huérfanos.<br />
Siempre me ha gustado esta zona, pero en la oscuridad me produce una sensación extraña; es un lugar<br />
abierto y totalmente vacío, y no puedo evitar pensar que si me encontrara con una patrulla no tendría<br />
recodo donde esconderme, ni callejuela por la que escabullirme. Más allá de los campos, veo las siluetas<br />
bajas y oscuras de graneros y silos, algunos nuevos y otros que apenas se tienen en pie y se aferran a la<br />
tierra como si le clavaran los dientes. El aire huele ligeramente dulce, como a plantas que crecen y a<br />
estiércol de vaca.<br />
La granja Roaring Brook está justo al lado de la frontera sudoeste. Lleva años abandonada, desde que<br />
la mitad del edificio principal y los dos silos de grano fueron destruidos en un incendio. Unos cinco<br />
minutos antes de llegar, me parece escuchar un ritmo de tambor que resulta casi imperceptible tras el<br />
canto de los grillos, pero durante un rato no sé si me lo estoy imaginando o solo escucho mi corazón, que<br />
se ha puesto a latir con fuerza de nuevo. Un poco más adelante, sin embargo, ya estoy segura. Incluso<br />
antes de llegar al camino de tierra que lleva al granero, o al menos a la parte de este que todavía se<br />
mantiene en pie, me llegan sonidos de música, que cristalizan en el aire nocturno como lluvia que de<br />
repente se convirtiera en nieve y cayera lentamente hasta la tierra.<br />
Me entra otra vez el miedo. Lo único que puedo pensar es: «Esto está mal. Está mal, está mal, está<br />
mal». La tía Carol me mataría si supiera lo que estoy haciendo. Me mataría o haría que me encerraran en<br />
las Criptas o que me llevaran a los laboratorios para una intervención anticipada, como a Willow Marks.<br />
Me bajo de la bici cuando veo el cruce hacia Roaring Brook y el gran letrero de metal clavado en el<br />
suelo donde se lee PROPIEDAD DE PORTLAND, PROHIBIDO EL PASO. Me interno un poco en el<br />
bosque que hay junto al camino para dejar la bici. La casa de la granja y el viejo granero quedan todavía<br />
a unos doscientos metros hacia abajo, pero no me apetece llevar la bici más allá. No le pongo el<br />
candado, eso sí. No quiero ni pensar en lo que pasaría si hubiera una redada, pero si la hay, no quiero