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fútbol y hasta el persistente olor a sudor. Me resulta reconfortante. Es raro cómo funciona la vida. Deseas<br />
algo y tienes que esperar y esperar, y sientes que no llega nunca. Luego sucede y se va, y todo lo que<br />
deseas es acurrucarte una vez más en el instante anterior a que cambiaran las cosas.<br />
—Además, ¿quién es todo el mundo? Las noticias dicen que fue solo un error, un problema con el<br />
transporte o algo así.<br />
Siento la necesidad de repetir la versión oficial, aunque estoy tan segura como Hana de que es una<br />
bola como un piano.<br />
Ella se sienta a horcajadas en el banco, mirándome. Como de costumbre, pasa totalmente de la<br />
vergüenza que me da que me vean medio desnuda.<br />
—No seas tonta. Si lo han dicho en las noticias, no puede ser verdad. Además, ¿quién puede<br />
confundir una vaca y una caja de medicinas? No es tan difícil distinguirlas.<br />
Me encojo de hombros. Evidentemente, tiene razón. Sigue mirándome, así que me vuelvo un poco.<br />
Nunca me he sentido cómoda con mi cuerpo, a diferencia de Hana y otras chicas de la escuela. Nunca he<br />
conseguido superar la desagradable sensación de que estoy hecha de partes que no acaban de encajar en<br />
su lugar. Como si fuera un boceto realizado por un artista aficionado. De lejos está bien, pero cuando te<br />
acercas y te fijas, se ven muy claramente los borrones y los fallos.;<br />
Hana lanza una pierna hacia fuera y empieza a estirar, resistiéndose a dejar el tema. Es la persona<br />
más obsesionada con la Tierra Salvaje que conozco.<br />
—Si lo piensas, es realmente asombroso. La planificación y todo eso. Habrán hecho falta por lo<br />
menos cuatro a cinco personas quizá más, para organizarlo todo.<br />
Me acuerdo brevemente del chico que vi en la plataforma de observación, de su reluciente cabello<br />
dorado, de cómo echaba la cabeza hacia atrás al reírse. No le he hablado a nadie de él, ni siquiera a<br />
Hana, y ahora pienso que debería haberlo hecho.<br />
Ella continúa hablando:<br />
—Alguien tenía que tener los códigos de seguridad. Tal vez un simpatizante.<br />
Se oye el ruido de una puerta que golpea en la entrada de los vestuarios; nos sobresaltamos y nos<br />
miramos con los ojos muy abiertos. Se oyen pasos rápidos. Tras algunos segundos de vacilación, Hana se<br />
lanza sin dificultad a hablar de un tema inofensivo: el color de las togas de la graduación, naranja este<br />
año. En ese preciso momento, la señora Johanson, la directora deportiva, aparece por detrás de las<br />
taquillas, balanceando el silbato que lleva enrollado en un dedo.<br />
—Por lo menos no son marrones, como las de la Preparatoria Fielston —comento, aunque apenas<br />
escucho a Hana.<br />
Me palpita el corazón. Sigo pensando en el chico de ayer y en si la Johanson nos habrá oído<br />
mencionar la palabra simpatizante. Hace un gesto de asentimiento cuando pasa a nuestro lado, así que no<br />
es probable.<br />
Ha llegado a dárseme muy bien eso de decir una cosa cuando estoy pensando otra, hacer ver que<br />
presto atención cuando no lo hago, fingir que estoy tranquila y feliz cuando en realidad estoy desquiciada.<br />
Es una de las destrezas que se van perfeccionando a medida que una se hace mayor. Hay que ser<br />
consciente de que siempre hay gente escuchando lo que dices. La primera vez que usé el teléfono móvil<br />
que comparten mi tía y mi tío, me sorprendió una interferencia irregular que cortaba constantemente mi<br />
conversación con Hana. La tía me explicó que era por los sistemas de escucha del gobierno, que rastrean