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Delirium

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como si fuera un huevo en una sartén, la alambrada sirve perfectamente a su propósito.<br />

—Un truco de ilusionismo barato —dice Álex haciendo un gesto vago con la mano.<br />

Asumo que se refiere a Portland, a las leyes, quizá a todo el país. Cuando se pone serio, se le forma<br />

un pequeño pliegue entre las cejas, como una coma, que me resulta increíblemente atractiva. Intento no<br />

distraerme.<br />

—Sigo sin comprender cómo sabes todo esto —afirmo—. Es decir, ¿cómo lo habéis descubierto?<br />

¿Os pusisteis a enviar gente que corriera hasta la valla, para ver en qué tramos no salían achicharrados?<br />

Álex me dirige una sonrisa breve.<br />

—Secreto profesional. Lo que te puedo decir es que se llevaron a cabo ciertos experimentos basados<br />

en la observación de los animales salvajes —responde alzando las cejas—. ¿Has comido alguna vez<br />

castor frito?<br />

—¡Puaj!<br />

—¿Y mofeta frita?<br />

—¿Pero tú qué quieres? ¿Que me muera de asco?<br />

«Somos más de los que crees». Esa es otra de las expresiones que Álex repite constantemente.<br />

Simpatizantes por todas partes, incurados y curados, que ocupan cargos de reguladores, oficiales de<br />

policía, funcionarios, científicos… «Así es como pasaremos las garitas de vigilancia», me cuenta. Una de<br />

las simpatizantes más activas de Portland está emparejada con el guardia que hace el turno de noche en el<br />

extremo norte del puente de Tukey, justo por donde vamos a atravesar la frontera. Álex y ella han<br />

desarrollado un código. En las noches en que quiere cruzar, él le deja un folleto en su casillero, una de<br />

esas tonterías fotocopiadas que reparten las tintorerías y los delicatessen. Este anuncia una revisión<br />

oftalmológica gratis con el doctor Salvatierra (que a mí me parece un nombre demasiado obvio, pero<br />

Álex dice que los resistentes y simpatizantes viven con tanto estrés que necesitan tener sus pequeños<br />

chistes privados), y cuando ella lo ve se asegura de poner una dosis extra de valium en el café que<br />

prepara para que su marido lo tome durante su turno.<br />

—Pobre hombre —dice Álex sonriendo—. Por mucho café que tome, no consigue mantenerse<br />

despierto.<br />

Me doy cuenta de lo mucho que significa para él la resistencia y lo orgulloso que se siente de que el<br />

movimiento esté ahí, saludable, prosperando, extendiendo sus brazos por Portland. Intento sonreír, pero<br />

noto las mejillas rígidas. No termino de asimilar que todo lo que me han enseñado esté mal, y me resulta<br />

duro pensar en los simpatizantes y los resistentes como aliados y no como enemigos.<br />

Pero pasar a escondidas la frontera me va a convertir en uno de ellos más allá de toda duda. Al<br />

mismo tiempo, ya no puedo considerar seriamente la posibilidad de echarme atrás. Quiero ir, y si soy<br />

sincera conmigo misma, me convertí en simpatizante hace mucho, cuando Álex me preguntó si quería<br />

quedar con él en Back Cove y acepté. Parece que solo tengo recuerdos borrosos de la chica que era antes<br />

de aquello, la chica que siempre hacía lo que le decían y nunca mentía y contaba los días que faltaban<br />

para su intervención con ilusión, no con terror e inquietud. La chica a la que le daban miedo todos y todo.<br />

La chica que tenía miedo incluso de sí misma.<br />

Al día siguiente, al llegar a casa del súper, le pido a Carol que me preste el móvil y le mando un<br />

mensaje de texto a Hana: «¿Dormims sta noch c A?». Este ha sido nuestro código cada vez que yo<br />

necesitaba que ella me sirviera de tapadera. Le hemos dicho a Carol que pasamos mucho tiempo con

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