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Delirium

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Me vuelve la idea de antes: «Preferiría que estuviera muerta». No quiero encontrarla en este lugar.<br />

En cualquier sitio menos aquí.<br />

Álex ha seguido pasillo abajo, y de pronto oigo que inspira bruscamente. Alzo la vista. Está<br />

totalmente quieto, y la expresión de su rostro me da miedo.<br />

—¿Qué? —pregunto<br />

Por un momento, no contesta. Está mirando algo que no puedo ver, supongo que alguna puerta de las<br />

que hay más adelante. Luego se vuelve hacia mí y hace un gesto de negación rápido, convulsivo.<br />

—No —dice. Su voz es un graznido, y el miedo se alza hasta abrumarme.<br />

—¿Qué pasa? —pregunto de nuevo.<br />

Avanzo por el pasillo hacia él. De repente me parece que está muy lejos, y cuando Frank habla detrás<br />

de mí, su voz también suena remota.<br />

—Aquí es donde estaba ella —dice—. La número ciento dieciocho. La administración aún no ha<br />

soltado la pasta necesaria para arreglar las paredes, así que por el momento lo hemos dejado así. Aquí<br />

no hay mucho presupuesto para reformas.<br />

Álex me mira fijamente. Todo su control y su seguridad se han desvanecido. Sus ojos arden de<br />

enfado, o quizá de dolor, y su voz se tuerce en una mueca. Mi cabeza parece llena de ruido.<br />

Álex alza la mano como si quisiera detener mi avance. Nuestras miradas se cruzan por un segundo y<br />

algo destella entre nosotros, una advertencia o una disculpa, tal vez, y luego paso a su lado hasta llegar a<br />

la celda 118.<br />

Es idéntica en casi todo a las celdas que he entrevisto por las diminutas ventanas del pasillo: un<br />

áspero suelo de cemento, un váter oxidado y un cubo lleno de agua, en el que dan vueltas lentamente<br />

varias cucarachas: también hay una diminuta cama de metal con un colchón de papel de fumar, que<br />

alguien ha arrastrado hasta el centro mismo del cuarto.<br />

Y paredes.<br />

Las paredes están cubiertas, centímetro a centímetro, de escritura. No. No de escritura. Están<br />

cubiertas por una sola palabra de cuatro letras que ha sido inscrita una y otra vez sobre todas las<br />

superficies disponibles.<br />

Amor.<br />

Grabada con curvas enormes y apenas arañadas en los rincones; acuñada con una caligrafía elegante<br />

y con sólidas mayúsculas, rascada, tallada, labrada, como si las paredes se estuvieran volviendo poesía<br />

lentamente.<br />

Y en el suelo, junto a una pared, hay una cadena de plata ennegrecida, con un colgante todavía unido a<br />

ella: una daga con rubíes incrustados cuya cuchilla se ha gastado hasta quedar reducida a un pequeño<br />

fragmento. La insignia de mi padre. El collar de mi madre.<br />

Mi madre.<br />

Todo este tiempo, durante cada segundo de mi vida en que la creía muerta, ella estaba aquí:<br />

arañando, rascando, rayando, encajonada entre estas paredes de piedra como un secreto largamente<br />

enterrado.<br />

De repente siento como si estuviera de vuelta en mi sueño, de pie en lo alto de un acantilado mientras<br />

el suelo que casi piso se desintegra y se transforma en la arena de un reloj que escapa bajo mis pies. Me<br />

siento como en ese momento en que me doy cuenta de que el suelo ha desaparecido y estoy de pie en un

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