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tentación de abandonar y rendirme. La playa sigue estando demasiado lejos y me pesan muchísimo los<br />
brazos y las piernas.<br />
El viento se lleva la voz de Álex; suena cada vez más débil, y cuando por fin reúno el valor para<br />
mirar por encima del hombro, lo veo por las boyas, subiendo y bajando con el agua. Me doy cuenta de<br />
que he avanzado más de lo que creía y él no me sigue. Se atenúa mi miedo y se me afloja el nudo del<br />
pecho. La siguiente ola es tan fuerte que me ayuda a pasar sobre una roca empinada y luego me lanza de<br />
rodillas sobre la arena suave. Cuando intento ponerme de pie, el agua me llega hasta la cintura, y recorro<br />
el resto del camino hasta la orilla chapoteando, aliviada, aterida y agotada.<br />
Me tiemblan los muslos. Me derrumbo en la playa entre toses y jadeos, con las zapatillas chorreando.<br />
Por las llamaradas de color que lamen el cielo sobre Back Cove —naranjas, rojos, rosas— deduzco que<br />
es casi la hora de la puesta de sol; deben de ser las ocho. Una parte de mí solo quiere tumbarse, abrir los<br />
brazos, estirarse y dormir toda la noche. Tengo la sensación de haber tragado la mitad de mi peso en agua<br />
salada. Me escuece la piel y tengo arena por todas partes, en la ropa interior, entre los dedos de los pies<br />
y en las uñas de las manos. Lo que me hizo daño antes, en el agua, ha dejado su marca: un largo hilillo de<br />
sangre que serpentea por la pantorrilla.<br />
Alzo la vista y, durante un momento de pánico, no soy capaz de localizarle junto a las boyas. Se me<br />
para el corazón. Luego le veo, un punto negro que atraviesa el agua rápidamente. Al nadar, sus brazos<br />
describen elegantes molinillos. Es rápido. Me pongo de pie, cojo las zapatillas y subo cojeando hasta la<br />
bici. Tengo las piernas tan débiles que me cuesta un poco encontrar el equilibrio. Al principio zigzagueo<br />
como loca por la calle, como un niño que monta por primera vez.<br />
No miro atrás ni una vez hasta que llego a la cancela de mi casa. Para entonces, las calles están<br />
desiertas y silenciosas. Está a punto de caer la noche, y el toque de queda llega como un enorme abrazo<br />
cálido que nos mantiene a todos en nuestro sitio, que nos mantiene a todos a salvo.