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dieciseis<br />
La infelicidad es cautiverio, la felicidad es libertad. El camino para encontrar la felicidad<br />
pasa por la cura. Solo a través de la cura encontramos la libertad.<br />
Folleto oficial de las agencias gubernamentales de EE UU: ¿Me va a doler? Preguntas y<br />
respuestas normales sobre la intervención. Asociación de Científicos Estadounidenses (9a<br />
edición)<br />
Después de lo ocurrido, trato de ver a Álex casi a diario, incluso los días en que tengo que trabajar<br />
en el súper. A veces Hana viene con nosotros. Pasamos mucho tiempo en la ensenada de Back Cove,<br />
sobre todo por las noches, cuando todos se han ido. Álex figura como curado, así que técnicamente no es<br />
ilegal que pasemos tiempo con él, pero si alguien se enterara de cuánto tiempo estamos juntos, o si nos<br />
vieran reír, hacernos ahogadillas, luchar en batallas acuáticas y echar carreras por las marismas,<br />
indudablemente sospecharían. Por eso, cuando caminamos por la ciudad, tenemos cuidado de no ir<br />
juntos: Hana y yo vamos por una acera y Álex por la de enfrente. Además, buscamos las calles menos<br />
transitadas, los parques en ruinas, las casas abandonadas, lugares donde no nos vea nadie.<br />
Volvemos a las casas de Deering Highlands. Por fin comprendo cómo supo Álex encontrar el<br />
cobertizo de las herramientas aquella noche durante la redada nocturna, y cómo supo orientarse con tanta<br />
precisión por los pasillos de la casa en aquella oscuridad total. Durante años ha pasado varias noches<br />
cada mes en alguna de las casas abandonadas. Le gusta tomarse un descanso del ruido y el bullicio de<br />
Portland. No lo dice, pero sé que ocupar una casa abandonada le recuerda su vida en la Tierra Salvaje.<br />
Una casa en concreto se convierte en nuestra preferida: el número 37 de la calle Brooks, una vieja<br />
mansión colonial donde vivía una familia de simpatizantes. Como muchas otras del barrio, la propiedad<br />
ha sido vallada y tiene las ventanas y las puertas cubiertas con tablas desde la gran desbandada que<br />
despobló esta zona, pero Álex nos enseña cómo entrar apartando una plancha suelta de una de las<br />
ventanas de la planta baja. Es raro: aunque el lugar ha sido saqueado, quedan algunos de los muebles más<br />
grandes y los libros. Y si no fuera por las manchas de humo que ascienden por paredes y techos, se<br />
podría esperar el regreso de los dueños en cualquier momento.<br />
La primera vez que vamos allí Hana camina delante de nosotros gritando «¡hola!, ¡hola!» por los<br />
cuartos oscurecidos.<br />
Tiemblo en el repentino frescor de la penumbra. Tras la luz cegadora del exterior, esto supone un<br />
cambio tremendo. Álex me acerca a él. Por fin me estoy acostumbrando a dejar que me toque, y ya no me<br />
estremezco ni me vuelvo bruscamente para mirar por encima del hombro cada vez que se inclina hacia mí<br />
para besarme.<br />
—¿Quieres bailar? —pregunta en broma.<br />
—Venga ya —le aparto con un golpe de la mano.<br />
Se me hace raro hablar en voz alta en un lugar tan silencioso. La voz de Hana nos llega desde la<br />
distancia y me pregunto cómo será de grande la casa. Está cubierta de una gruesa capa de polvo, toda<br />
envuelta en sombras.<br />
—Lo digo en serio —dice extendiendo los brazos—. Es un lugar perfecto para bailar.