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Delirium

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Allison Doveney, una compañera que se acaba de graduar con nosotras.<br />

Los Doveney son incluso más ricos que la familia de Hana, y Allison es una gilipollas y una creída.<br />

Hana al principio se opuso a que la usáramos como la misteriosa A, diciendo que no le gustaba ni<br />

siquiera fingir que salíamos con semejante arpía, pero al final la convencí. Carol nunca llamaría a los<br />

Doveney para controlar si estoy o no. Se sentiría demasiado intimidada y probablemente le daría<br />

vergüenza: mi familia es impura, está manchada por la deserción del marido de Marcia y, por supuesto,<br />

por mi madre, mientras que el señor Doveney es el presidente y fundador de la sección local de la ALD<br />

(América Libre de Deliria). Allison apenas soportaba mirarme cuando íbamos juntas a la escuela, y en<br />

Primaria, después de la muerte de mi madre, pidió a la profesora que la cambiara de pupitre para estar<br />

más lejos de mí, argumentando que yo olía a podrido.<br />

La respuesta de Hana llega casi al momento: «Sin problm. Nos vems sta noch».<br />

Me pregunto qué pensaría Allison si supiera que la he estado usando como tapadera para mi novio.<br />

Seguro que se subiría por las paredes. Esa idea me hace sonreír.<br />

Un poco antes de las ocho, bajo con mi mochila bien visible, colgada del hombro. Incluso he dejado<br />

que sobresalga una esquina del pijama. He preparado todo exactamente como lo habría hecho si de<br />

verdad fuera a casa de Hana. Cuando Carol me lanza una breve sonrisa y me dice que lo pase bien siento<br />

una leve punzada de culpa. Ahora miento tanto y con tanta facilidad…<br />

Pero eso no basta para detenerme. Una vez en la calle, me dirijo hacia el West End, por si acaso<br />

Jenny o Carol están mirando por la ventana. Solo cuando llego a la calle Spring doy la vuelta hacia la<br />

avenida Deering y me dirijo al 37 de la calle Brooks. El trayecto es largo y consigo llegar a Deering<br />

Highlands justo cuando la última luz desaparece del cielo con un remolino. Como siempre, las calles<br />

están desiertas en esta zona. Empujo la cancela de la oxidada verja que rodea la finca, muevo a un lado<br />

las tablas sueltas que cubren una de las ventanas de la planta baja y entro en la casa.<br />

Me sorprende la repentina penumbra y, por un momento, me detengo parpadeando hasta que mis ojos<br />

se acostumbran a la falta de luz. El ambiente está cargado y pegajoso, y la casa huele a moho. Comienzan<br />

a emerger diversas formas y me dirijo a la sala de estar, al sofá con manchas de humedad. Los muelles<br />

están destrozados y falta parte del relleno, probablemente por obra de los ratones, pero se nota que<br />

antaño debió de ser muy bonito, incluso elegante.<br />

Saco el reloj de la bolsa y pongo el despertador a las once y media. Va a ser una noche larga. Me<br />

tumbo en el incómodo sofá, después de hacer una bola con la mochila y ponérmela bajo la cabeza. No es<br />

la almohada más cómoda del mundo, pero servirá.<br />

Cierro los ojos y dejo que los sonidos de los ratones, los suaves gemidos y los misteriosos toques de<br />

las paredes me acunen hasta que me duermo.<br />

Me despierto en la oscuridad, angustiada por una pesadilla sobre mi madre. Me incorporo y, durante<br />

un momento de pánico, no sé dónde estoy. Los viejos muelles chirran bajo mi cuerpo y entonces me<br />

acuerdo: Brooks 37. Busco a tientas el despertador y veo que ya son las 11:20. Sé que debería<br />

levantarme, pero aún me siento aturdida por el calor y el mal sueño, y durante unos minutos me quedo<br />

sentada respirando profundamente. Estoy sudando, con el pelo pegado a la nuca.<br />

Mi pesadilla era la de siempre, pero esta vez invertida: yo flotaba en el océano, en vertical, mirando<br />

a mi madre. Ella estaba de pie en un saliente que se derrumbaba a cientos de metros por encima de mí,<br />

tan lejos que no podía distinguir ninguno de sus rasgos, solo las líneas borrosas de su silueta recortada

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