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Delirium

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de cinco horas hasta el momento en que se supone que hemos quedado. Nunca lo conseguiré. Antes de<br />

poder pensar en lo que estoy haciendo, paso por debajo del mostrador y me quito el delantal que llevo<br />

puesto desde que he tenido que ocuparme de un expositor de congelados que goteaba.<br />

—Jed, ocúpate de la caja un momento, ¿vale? —le digo a gritos.<br />

Me mira confuso.<br />

—¿Adónde vas tú?<br />

—El cliente —le contesto—. Le he dado mal el cambio.<br />

—Pero… —va a decir algo, pero no me quedo a oír sus objeciones.<br />

De todas formas, me puedo imaginar cuáles serán. «Pero si te has pasado cinco minutos contando la<br />

vuelta». Ah, vaya, así que Jed va a pensar que soy tonta. Vale, creo que puedo vivir con eso.<br />

Calle abajo. Álex se ha parado en una esquina, esperando a que pase un desvencijado camión del<br />

ayuntamiento.<br />

—¡Oiga! —le grito, y se vuelve.<br />

Una mujer que empuja un cochecito por el otro lado de la calle se detiene, alza la mano para<br />

protegerse los ojos y me sigue con la mirada. Camino lo más rápido posible, pero el dolor de la pierna<br />

me obliga a cojear. Siento la mirada de la mujer como si fueran pinchazos.<br />

—Le he dado mal el cambio —grito de nuevo, aunque estoy lo suficientemente cerca para hablar en<br />

tono normal. Es de esperar que así la mujer se olvide de nosotros. Pero sigue mirándonos.<br />

—No deberías haber venido —susurro cuando llego a su altura. Finjo que le doy algo—. Te dije que<br />

te vería más tarde.<br />

Hace un movimiento con la mano hacia el bolsillo, siguiéndome el rollo, y me susurra a su vez:<br />

—Estaba impaciente.<br />

Mueve la mano delante de mi cara con aspecto serio, como si me estuviera regañando por ser una<br />

descuidada. Pero su voz es baja y dulce. De nuevo tengo la sensación de que nada es real, ni el sol, ni los<br />

edificios, ni la mujer que sigue con la vista clavada en nosotros.<br />

—A la vuelta de la esquina, en el callejón, hay una puerta azul —le digo en voz baja mientras<br />

retrocedo alzando las manos con un gesto de disculpa—. Nos vemos ahí dentro de cinco minutos. Llama<br />

cuatro veces —susurro para después alzar la voz—. Mire, lo siento de verdad. Como le he dicho, ha sido<br />

un error sin mala intención.<br />

A continuación, me vuelvo al súper cojeando. No puedo creer lo que acabo de hacer. No puedo creer<br />

que me haya atrevido a correr los riesgos que estoy corriendo. Pero tengo que verle. Necesito besarle. Lo<br />

necesito más de lo que haya podido necesitar cualquier otra cosa jamás. Tengo la misma sensación en el<br />

pecho que cuando llego al final de un sprint y me estoy muriendo, deseosa de parar para recuperar el<br />

aliento.<br />

—Gracias —le digo a Jed mientras vuelvo a mi puesto detrás del mostrador.<br />

Masculla algo ininteligible y se vuelve arrastrando los pies hacia su tablilla y su boli, que se ha<br />

dejado antes en el suelo del pasillo 3: dulces, refrescos, patatas fritas.<br />

El tipo que me había parecido un regulador tiene la nariz enterrada en los congeladores. No estoy<br />

segura de si busca un plato precocinado o solo está aprovechándose del aire frío gratis. Sea como sea, al<br />

mirarle, me vuelven los recuerdos de la noche pasada, el silbido del aire cuando las porras descendían<br />

como guadañas, y siento una oleada de odio hacia él, hacia todos ellos. Imagino de pronto que le meto de

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