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Delirium

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el resuello continúa.<br />

Hace menos de media hora que le conozco y ya me dan ganas de matarle. Por fin me canso de estar<br />

ahí en silencio, así que me vuelvo y paso rápidamente a su lado.<br />

—Ya me siento mucho mejor —digo sin mirarle, dirigiéndome hacia la casa—. Deberíamos entrar.<br />

—Espera, Lena.<br />

Alarga la mano y me agarra la muñeca. Supongo que realmente agarrar no es la palabra correcta;<br />

más bien, me unta la muñeca de sudor. Pero en cualquier caso me detengo, aunque sigo sin poder mirarle<br />

a los ojos. Los mantengo fijos en la puerta delantera, notando por primera vez que la mosquitera tiene tres<br />

agujeros grandes cerca de la esquina superior derecha. Con razón la casa ha estado llena de insectos este<br />

verano. El otro día, Gracie encontró una mariquita en nuestro cuarto. Me la trajo, cobijada en su manita.<br />

La ayudé a llevarla abajo y a soltarla fuera.<br />

Se apodera de mí una oleada de tristeza que no tiene que ver con Álex ni con Brian ni nada de eso.<br />

Simplemente me impresiona lo rápido que pasa el tiempo. Algún día me despertaré y toda mi vida estará<br />

ya detrás de mí y me parecerá que ha transcurrido tan deprisa como un sueño.<br />

—Siento mucho que oyeras lo que he dicho antes —susurra. Me pregunto si su madre le ha obligado a<br />

disculparse. Las palabras parecen requerir un esfuerzo tremendo por su parte—. Ha sido de mala<br />

educación.<br />

Como si no me sintiera ya completamente humillada, ahora tiene que disculparse por llamarme fea.<br />

Se me van a derretir las mejillas de lo calientes que están.<br />

—No te preocupes —digo intentando liberar mi muñeca de su mano. Curiosamente, no me la suelta,<br />

aunque técnicamente no debería tocarme para nada.<br />

—Lo que quería decir es… —su boca se abre y se cierra durante un momento. No me mira a los ojos.<br />

No hace más que observar la calle detrás de mí; sus ojos se mueven de un lado a otro, como un gato que<br />

vigila a un pájaro—. Lo que quería decir es que en las fotos parecías más feliz.<br />

Esto es una sorpresa y, por un momento, no se me ocurre qué responder.<br />

—¿Ahora no parezco feliz? —suelto, y entonces me da todavía más vergüenza.<br />

Resulta tan extraño estar manteniendo esta conversación con un desconocido, sabiendo que no lo<br />

seguirá siendo durante mucho tiempo…<br />

Pero no parece que la pregunta le choque. Solo mueve la cabeza.<br />

—Sé que no lo eres —dice.<br />

Me suelta la muñeca, pero ya no me siento tan desesperada por entrar. Sigue observando la calle, y<br />

aprovecho para mirar más de cerca a su cara. Supongo que se le podría considerar guapo. No es<br />

comparable a Álex, por supuesto —tiene la piel superblanca y un aire un poco femenino, con la boca<br />

grande y redonda y la nariz pequeña y afilada—, pero sus ojos son de color azul pálido, como el cielo de<br />

la mañana, y tiene una mandíbula fuerte. Ahora empiezo a sentirme culpable. Debe de notar que no estoy<br />

contenta de que me hayan emparejado con él. No es culpa suya que yo haya cambiado: que haya visto la<br />

luz o que haya contraído deliria, según con quién hables. Tal vez las dos cosas.<br />

—Lo siento —digo—. No es por ti. Es solo… es que me da miedo la intervención, eso es todo.<br />

Pienso en cuántas noches he pasado fantaseando sobre cómo sería tenderme en la camilla, esperar la<br />

anestesia que convertiría el mundo en niebla, con la esperanza de levantarme renovada. Ahora despertaré<br />

en un mundo sin Álex. Despertaré envuelta en niebla, en un mundo gris, borroso e irreconocible.

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