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Delirium

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diecinueve<br />

Vive libre o muere.<br />

Antiguo dicho, de procedencia desconocida, influido en la Compilación exhaustiva de palabras<br />

e ideas peligrosas, www.cepip.gob.org<br />

Lo más extraño de la vida es que sigue su traqueteo, ciega e ignorante, incluso cuando tu mundo<br />

privado, la pequeña esfera que te has forjado, se retuerce y deforma hasta que llega a explotar. Un día<br />

tienes padres, al siguiente eres huérfana. Un día tienes un lugar y un camino. Al siguiente estás perdida en<br />

una selva.<br />

Y sin embargo, el sol sigue saliendo y las nubes se juntan y van a la deriva y la gente compra comida<br />

y las persianas suben y bajan y se tira de la cadena. Es entonces cuando te das cuenta de que casi todo, la<br />

vida, el incesante mecanismo de existir, no tiene que ver contigo. No te incluye en absoluto. Va a<br />

empujarte hacia delante incluso después de que hayas saltado más allá. Incluso después de que hayas<br />

muerto.<br />

Cuando por la mañana vuelvo al centro de la ciudad, me sorprende lo normal que parece todo. No sé<br />

qué esperaba. No es que pensara realmente que los edificios fueran a derrumbarse de un día para otro o<br />

que las calles se fundieran y quedaran solo escombros, pero me sigue chocando ver a un montón de gente<br />

con cartera, tenderos que suben el cierre de sus negocios y un coche que intenta avanzar por una calle<br />

concurrida.<br />

Parece absurdo que no lo sepan, que no hayan sentido ningún cambio ni temblor, en este momento en<br />

que mi vida se ha vuelto del revés. Mientras me dirijo a casa, no dejo de sentirme paranoica, como si<br />

alguien fuera capaz de oler la Tierra Salvaje en mí, como si pudieran adivinar solo con mirarme a la cara<br />

que he cruzado al otro lado. Me pica la nuca como si me rozaran las ramas de los árboles, y no hago más<br />

que sacudir la mochila para asegurarme de que no quedan hojas o semillas (no es que importe, ¡como si<br />

no hubiera árboles en Portland!). Pero nadie me mira. Son casi las nueve y la mayor parte de la gente se<br />

afana para llegar a tiempo al trabajo. Un borrón interminable de personas normales que hacen cosas<br />

normales con los ojos fijos en lo que tienen delante, sin prestar atención a la chica bajita y sosa que pasa<br />

por su lado con una mochila abultada.<br />

La chica bajita y sosa con un secreto que le quema por dentro como el fuego.<br />

Es como si la noche que he pasado en la Tierra Salvaje hubiera agudizado mi visión por los bordes.<br />

Aunque superficialmente todo está igual, de algún modo me parece distinto, poco sólido, casi como si<br />

pudiera atravesar los edificios y el cielo y hasta la gente con la mano. Me viene a la cabeza un día,<br />

cuando era muy pequeña, en que Rachel se puso a hacer un castillo de arena en la playa. Debió de<br />

trabajar en él durante horas, usando diferentes vasos y cubos para dar forma a torres y torretas. Cuando lo<br />

terminó parecía perfecto, como si estuviera hecho de piedra. Pero luego subió la marea, y no hicieron<br />

falta más que dos o tres olas para acabar con él totalmente. Recuerdo que me eché a llorar, y mi madre<br />

me compró un helado y me hizo compartirlo con mi hermana.<br />

Este es el aspecto que tiene Portland esta mañana, como algo que corre peligro de disolverse.<br />

No hago más que pensar en lo que dice siempre Álex: «Somos más de los que crees». Miro de reojo

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