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Y luego me dijo que me reuniera con él en las Criptas. Creo que me encontraba en estado de shock.<br />
No hacía más que felicitarme a mí misma por no haber perdido los nervios, por no haberme puesto a<br />
llorar o a gritar o a exigir una explicación, pero cuando llegué a casa más tarde, me di cuenta de que no<br />
me acordaba en absoluto de cómo había hecho el camino de regreso, y de que no había prestado ninguna<br />
atención a posibles reguladores o patrullas. Supongo que simplemente caminé por las calles como un<br />
robot, sin darme cuenta de nada.<br />
Pero en este momento comprendo el objetivo del estado de shock, de la insensibilidad. Sin ella no<br />
habría podido levantarme esta mañana ni vestirme. No habría sido capaz de encontrar el camino hasta<br />
aquí y no estaría ahora dando pasos cuidadosos hacia delante, deteniéndome a una distancia respetuosa<br />
de Álex mientras él muestra su identificación al guardia de la puerta y se pone a hacer gestos<br />
señalándome.<br />
Álex se lanza a dar explicaciones que, obviamente, ha ensayado antes:<br />
—Hubo un… pequeño problema con su evaluación —dice con la voz helada.<br />
Tanto él como el guardia me miran fijamente: el guardia, con aire suspicaz; Álex, con tanta distancia<br />
como puede. Sus ojos parecen de acero, toda la calidez los ha abandonado, y me pone nerviosa que le<br />
salga tan bien convertirse en otro, en alguien que no siente ningún apego por mí.<br />
—Nada demasiado grave. Pero sus padres y mis superiores pensaron que le podría venir bien un<br />
pequeño recuerdo de los riesgos que entraña desobedecer.<br />
El guardia me lanza una mirada. Su cara es gorda y roja, la piel a ambos lados de los ojos está<br />
hinchada y sobresale como un montículo de masa en mitad de la fermentación. Pronto, fantaseo, sus ojos<br />
quedarán completamente ocultos por la carne<br />
—¿Qué tipo de problema? —dice sin dejar de mascar chicle. Cambia de hombro el enorme fusil<br />
automático que lleva.<br />
Álex se inclina hacia adelante, de forma que aunque el guardia y él están en lados distintos de la<br />
verja, los separan apenas unos centímetros. Baja la voz, pero aun así lo oigo.<br />
—Su color favorito es el del amanecer —dice.<br />
El guardia se me queda mirando durante una fracción de segundo más y luego nos hace un gesto de<br />
que pasemos.<br />
—Apártense mientras abro la puerta.<br />
Desaparece en el interior de una garita de vigilancia, similar a las de los laboratorios donde está<br />
destinado Álex, y unos segundos después las puertas electrónicas se abren hacia dentro con un<br />
estremecimiento. Cruzamos el patio hasta la entrada del edificio. Con cada paso, la silueta pesada de las<br />
Criptas se va haciendo más grande. Se levanta una ráfaga de viento que hace girar remolinos de polvo<br />
por el desolado lugar. El aire está cargado con ese tipo de electricidad que parece a una tormenta<br />
eléctrica, el tipo de energía enloquecida y vibrante que hace creer que en cualquier momento podría<br />
suceder algo terrible, como que el caos se adueñara del mundo, daría lo que fuera porque Álex se<br />
volviera, me sonriera y me ofreciera su mano. Por supuesto, no puede. Camina ligero delante de mí, con<br />
la espalda tiesa y la mirada al frente.<br />
No estoy segura de cuántas personas hay confinadas en las Criptas. Álex calcula que rondan los tres<br />
mil. Casi no hay delincuencia en Portland, gracias a la cura, pero de vez en cuando la gente roba cosas,<br />
comete actos vandálicos o se resiste a los procedimientos policiales. Y luego están los resistentes y los