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Ha dejado un metro de distancia entre nosotros, y se lo agradezco. En la semipenumbra, no puedo<br />
distinguir el color de sus ojos y no puedo permitirme distracciones en este momento, no quiero sentirme<br />
como me sentí en los laboratorios cuando se inclinó para susurrarme, aquella conciencia total de la<br />
distancia infinitesimal que separaba su boca de mi oído: terror, culpa y excitación, todo a la vez.<br />
—Lo digo en serio.<br />
Hago todo lo que puedo por mirarle con el ceño fruncido.<br />
Su sonrisa pierde intensidad, aunque no desaparece del todo. Suelta aire por la boca.<br />
—He venido a escuchar la música —dice—. Como todo el mundo.<br />
—Pero no puedes… —lucho por encontrar las palabras, no estoy segura de cómo decir lo que quiero<br />
expresar—. Pero esto es…<br />
—¿Ilegal? —se encoge de hombros. Un mechón de cabello cae sobre su ojo izquierdo y, cuando se<br />
vuelve a observar la fiesta, su pelo capta la luz del escenario y refleja su extraño color castaño dorado<br />
—. No pasa nada —añade en voz tan baja que tengo que inclinarme hacia delante para oírle por encima<br />
de la música—. Nadie hace daño a nadie.<br />
«Eso no lo sabes», estoy a punto de decir, pero la forma en que sus palabras rezuman tristeza me<br />
detiene. Se pasa una mano por el pelo y distingo detrás de su oído izquierdo la pequeña cicatriz oscura<br />
de tres patas perfectamente simétricas. Quizá solo lamenta lo que ha perdido tras la cura. La música no<br />
emociona a la gente del mismo modo, por ejemplo, y aunque también debería estar curado de cualquier<br />
sentimiento de arrepentimiento, la operación funciona de modo distinto para cada persona y no siempre<br />
es perfecta. Por eso es por lo que mi tía y mi tío aún sueñan algunas veces. Por eso es por lo que la prima<br />
Marcia estallaba de pronto en un llanto histérico, sin previo aviso ni causa aparente.<br />
—¿Y tú qué? —se gira hacia mí y vuelven su sonrisa y el tono travieso y juguetón de su voz—. ¿Qué<br />
excusa tienes tú?<br />
—Yo no quería venir —respondo rápidamente—. He tenido que hacerlo… —me interrumpo,<br />
dándome cuenta de que no sé a ciencia cierta por qué debía venir—. Tenía que darle algo a alguien —<br />
digo por fin.<br />
Arquea las cejas. Evidentemente, no le convence mucho mi respuesta. Yo me apresuro a continuar.<br />
—A Hana. Mi amiga. La que conociste el otro día.<br />
—Ya me acuerdo —dice. Nunca he visto a nadie que mantenga la sonrisa durante tanto tiempo.<br />
Parece como si su cara estuviera moldeada así de forma natural—. Por cierto, todavía no has dicho que<br />
lo sentías.<br />
—¿El qué?<br />
La muchedumbre ha seguido presionando para acercarse al escenario, así que ya no estamos rodeados<br />
de gente. A veces pasa alguien por nuestro lado, jugueteando con una botella o cantando al ritmo de la<br />
música, aunque un poco desafinado, pero por lo demás estamos solos.<br />
—Por dejarme plantado —un lado de su boca se alza más, y de nuevo tengo la sensación de que está<br />
compartiendo conmigo un secreto delicioso, que está intentando decirme algo—. No te dignaste aparecer<br />
aquel día en Back Cove.<br />
Siento un estallido de triunfo: «¡Me estuvo esperando en la ensenada! ¡Realmente quería que yo me<br />
reuniera con él!». Al mismo tiempo, la ansiedad florece en mi interior. Quiere algo de mí. No estoy<br />
segura de lo que es, pero puedo sentirlo, y eso me hace tener miedo.