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Sin tierras no hay Paraíso

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Aura Helena Ramírez Corona 69<br />

de defender sus <strong>tierras</strong> -tanto de los caciques locales como de la iniciativa privada-,<br />

a través de la obtención de un título que les diera certeza sobre su propiedad.<br />

Una vez que la decisión sobre vender o conservar los terre<strong>no</strong>s costeros<br />

del ejido dejó de ser un asunto de interés colectivo, para convertirse en una<br />

cuestión individual, la fortaleza que la Asamblea Ejidal había desarrollado desde<br />

mediados de la década de los años setenta para frenar de manera conjunta<br />

el avance de la iniciativa privada se quebró por completo. A partir de entonces,<br />

la población comenzó a enfrentarse continuamente a las acciones derivadas<br />

de la identidad de intereses entre los caciques locales, la iniciativa privada y el<br />

aparato gubernamental.<br />

Como resultado de estos procesos de liberalización de la tierra y de fomento<br />

al turismo de lujo, los pescadores y restauranteros de El Rebalsito fueron<br />

víctimas de un primer ataque perpetrado en 1992 por un grupo de hombres<br />

armados, que llegaron por la <strong>no</strong>che a la bahía para quemar y destruir las casas<br />

y espacios de trabajo de los rebalsiteños, bajo la orden del empresario tapatío<br />

José María Andrés Villalobos (Ramírez, 1992). Este empresario que en 1991<br />

adquirió 42 hectáreas de tierra en El Palmar, y que un año después obtuvo la<br />

concesión de los derechos de una parte de la Zona Federal Marítimo Terrestre<br />

de Tenacatita, intentó desalojar a la población mediante el uso de la fuerza pública<br />

en 1992 y 1995. <strong>Sin</strong> embargo, tras los ataques, la población rápidamente<br />

se movilizó para recuperar su territorio y regresó a la playa con el fin de seguir<br />

con sus actividades cotidianas, para evitar que su espacio fuera ocupado por<br />

alguien aje<strong>no</strong> que cerrara el acceso al mismo. De modo que ningu<strong>no</strong> de estos<br />

intentos de despojo del empresario tuvo éxito.<br />

Debido a lo anterior, el empresario optó por cambiar de estrategia a partir<br />

del año 2006, y acusó de despojo a diecinueve ejidatarios dedicados a la pesca<br />

y al turismo, para sumergirlos en un pleito legal que los obligó a acudir a<br />

Guadalajara cada quince días durante los dos primeros años del litigio para<br />

firmar su libertad condicional, y más tarde a hacerlo cada mes en Manzanillo<br />

o Colima. Cuatro años después de haber comenzado a desgastar económica y<br />

moralmente a la población mediante dicha estrategia -y sin haber concluido<br />

aún el proceso penal-, Villalobos obtuvo una orden de desalojo para El Palmar,<br />

que en la <strong>no</strong>che del 4 de agosto del año 2010 fue aprovechada para desalojar a<br />

la población de la bahía, a través del uso de la fuerza pública.<br />

En cuanto a los efectos que el desalojo tuvo sobre la población, podemos<br />

decir que -como era de esperarse- el despojo territorial afectó a los miembros<br />

del sector dominante del ejido únicamente de manera tangencial, puesto que<br />

ningu<strong>no</strong> se dedicaba a la pesca o al turismo para sobrevivir. En cambio para<br />

las familias que dependían en diversos grados de las actividades realizadas en<br />

estos espacios, la afectación fue bastante mayor. Todas las labores cesaron por<br />

completo, y en muchos casos ambos jefes de familia se encontraron desem-

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