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Sin tierras no hay Paraíso

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Aura Helena Ramírez Corona 79<br />

ocasiones intentó apoderarse de estas <strong>tierras</strong> mediante la violencia- y se enfrentó<br />

a los miembros del sector dominante del ejido con el fin de conservar el<br />

control y el acceso a los recursos de la franja costera. A través de la edificación,<br />

consolidación y diversificación de las actividades productivas que se desarrollaban<br />

en el espacio costero, la población resistió durante todos estos años a la<br />

dominación caciquil y evitó que el empresario se apoderara de la bahía de un<br />

día para otro. No obstante, el que la mayor parte de las familias hubieran centrado<br />

sus esfuerzos en estas actividades -aún sin haber conseguido asegurar el<br />

estatus legal de las <strong>tierras</strong> que las hacían posibles- mermó significativamente<br />

sus capacidades de subsistencia y resistencia, una vez que fueron expulsados<br />

de ellas.<br />

Tras el desalojo de la bahía, el grado en el que las familias del ejido dependían<br />

de las actividades económicas que se llevaban a cabo en la playa y<br />

en los terre<strong>no</strong>s costeros, marcó de manera determinante las estrategias de reproducción<br />

social que aquéllas implementaron durante los últimos meses del<br />

año 2010. El que muchas familias hubieran mantenido una eco<strong>no</strong>mía y un<br />

estilo de vida vinculado -exclusivamente- a las actividades que se realizaban<br />

en el espacio costero, puso a una buena parte de la población en un estado de<br />

incertidumbre total respecto a su futuro. Entonces, la tendencia hacia el equipamiento<br />

de los territorios costeros que a partir de la década de los <strong>no</strong>venta<br />

había dado pie a una supuesta diversificación de la estructura productiva del<br />

ejido, y beneficiado a las familias de El Rebalsito y los pueblos aledaños, reveló<br />

una cara distinta: la de la exclusión y la polarización de la estructura productiva<br />

del mismo.<br />

<strong>Sin</strong> duda alguna, las familias más afectadas fueron aquellas cuyos miembros<br />

contaban con un empleo fijo en algu<strong>no</strong> de los hoteles o comercios establecidos,<br />

quienes recibían un salario sin importar si había o <strong>no</strong> visitantes y por lo<br />

tanto, dependían por completo de ese ingreso para sobrevivir. De igual forma,<br />

todos aquellos que, a través de la venta ambulante y de la oferta de servicios<br />

turísticos en restaurantes rústicos, habían encontrado la forma de alivianar el<br />

costo de vida, se vieron obligados a migrar a centros turísticos más grandes<br />

como Melaque y Barra de Navidad. También resultaron perjudicados quienes<br />

invirtieron los ahorros de su vida para comprar lotes frente al mar, que acondicionaron<br />

con los servicios necesarios para recibir campistas y viajeros en<br />

casas rodantes, o en los que levantaron modestos hoteles de los que dependían<br />

parcial o totalmente para sobrevivir.<br />

Por otro lado, algunas de las pocas familias que poseían comercios y restaurantes<br />

en la playa, pero que continuaban cultivando y comercializando frutos<br />

tropicales en las fértiles <strong>tierras</strong> de la dotación, optaron por establecer un negocio<br />

diferente, pero ahora dentro del pueblo. Esto también significó renunciar<br />

a la posibilidad de emplear un número significativo de personas, sobre todo

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