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el cristianismo y las grandes religiones de oriente - FUNDACIÓN ...

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Es verdad que la Iglesia católica estaba en mejor posición que sus rivales<br />

protestantes, porque aunque la mayor parte d<strong>el</strong> norte <strong>de</strong> Europa se apartó <strong>de</strong> la<br />

obediencia <strong>de</strong> Roma, permaneció intacta la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> catolicidad; no se <strong>de</strong>jaba i<strong>de</strong>ntificar<br />

tan fácilmente con los intereses particulares <strong>de</strong> una nación <strong>de</strong>terminada, como por<br />

ejemplo los anglicanos que se i<strong>de</strong>ntificaban con los intereses <strong>de</strong> Inglaterra, los calvinistas<br />

con los <strong>de</strong> Holanda y los luteranos con los <strong>de</strong> Alemania. A<strong>de</strong>más, la Santa Se<strong>de</strong><br />

tuvo a menudo <strong>el</strong> acierto <strong>de</strong> enviar sacerdotes <strong>de</strong> nacionalidad distinta a la d<strong>el</strong> po<strong>de</strong>r<br />

directamente interesado en los territorios recién <strong>de</strong>scubiertos.<br />

La conversión <strong>de</strong> <strong>las</strong> Américas y, posteriormente, d<strong>el</strong> centro y sur <strong>de</strong> África siguió<br />

rápidamente a la conquista europea, y la rama d<strong>el</strong> <strong>cristianismo</strong> adoptada fue la <strong>de</strong> la<br />

raza conquistadora, <strong>el</strong> catolicismo en Sudamérica, por ejemplo, y <strong>el</strong> protestantismo en<br />

Norteamérica. Asia, sin embargo, presentaba un problema completamente distinto:<br />

porque en Asia los navegantes europeos encontraron unas civilizaciones antiquísimas<br />

con unas culturas profundamente <strong>de</strong>sarrolladas e incomparablemente más antiguas que<br />

<strong>las</strong> <strong>de</strong> sus mismas naciones, culturas cuya inmemorial antigüedad les hacía <strong>de</strong>spreciar a<br />

esos bárbaros insolentes con sus maneras toscas y brutales. De la misma manera que la<br />

Iglesia católica era <strong>el</strong> alma espiritual y a la vez cultural <strong>de</strong> la Europa <strong>de</strong> la edad media,<br />

<strong>las</strong> <strong>gran<strong>de</strong>s</strong> r<strong>el</strong>igiones orientales formaban <strong>el</strong> alma espiritual <strong>de</strong> <strong>las</strong> <strong>gran<strong>de</strong>s</strong> civilizaciones<br />

asiáticas. Y, por lo tanto, hasta hace muy poco, la conversión significaba no solamente <strong>el</strong><br />

cambio <strong>de</strong> r<strong>el</strong>igión, sino también la transferencia <strong>de</strong> la lealtad que <strong>el</strong> convertido <strong>de</strong>bía a<br />

la civilización en que había nacido y se había criado, a una cultura y unas costumbres <strong>de</strong><br />

un pueblo aparentemente bárbaro y hasta hace poco <strong>de</strong>sconocido.<br />

El signo exterior y visible <strong>de</strong> esa transformación seria la adopción no sólo, <strong>de</strong> un<br />

nombre <strong>de</strong> pila que significase <strong>el</strong> cambio <strong>de</strong> la fe, sino también <strong>de</strong> un ap<strong>el</strong>lido europeo<br />

que <strong>de</strong>mostrase <strong>el</strong> cambio <strong>de</strong> la pertenencia cultural.<br />

En <strong>el</strong> imperio romano la Iglesia cristiana se <strong>de</strong>sarrolló y creció a pesar d<strong>el</strong> po<strong>de</strong>r<br />

imperial y en contra <strong>de</strong> él. En Asia durante <strong>el</strong> siglo XVII la Iglesia se presentó coma la<br />

hechura d<strong>el</strong> nuevo y orgulloso imperialismo, y con frecuencia lo fue: no llegó a Asia<br />

como la esclava paciente, sino más bien como la esposa d<strong>el</strong> conquistador. Sin embargo,<br />

al <strong>de</strong>clinar <strong>el</strong> po<strong>de</strong>r español y portugués y al aumentar <strong>el</strong> imperialismo holandés y<br />

británico en <strong>oriente</strong>, los misioneros católicos fueron vistos a una luz más favorable,<br />

mientras que los protestantes que les siguieron muy pronta en <strong>el</strong> campo <strong>de</strong> misión no<br />

pudieron quitarse <strong>de</strong> encima <strong>el</strong> odio impalpable pera omnipresente que les perseguía<br />

como representantes espirituales <strong>de</strong> <strong>las</strong> potencias opresoras. Pues a los ojos <strong>de</strong> esos<br />

pueblos ultrajados, <strong>el</strong> <strong>cristianismo</strong> no era presentado como una nueva r<strong>el</strong>igión<br />

merecedora <strong>de</strong> ser juzgada en sí misma, y menos aún como la «buena nueva» que<br />

había que aceptar con alegría; <strong>el</strong> <strong>cristianismo</strong> se les presentó personificado, como<br />

agudamente <strong>de</strong>scribió E. M. Forster, en la figura <strong>de</strong> un funcionario colonial, con toda su<br />

arrogante confianza y sus expeditivas maneras.<br />

A la expansión imperialista <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>res europeos durante los siglos XVII y<br />

XVIII siguieron, en <strong>el</strong> plano i<strong>de</strong>ológico, <strong>el</strong> ataque <strong>de</strong> la Ilustración francesa contra todas<br />

<strong>las</strong> formas <strong>de</strong> <strong>cristianismo</strong> y, en <strong>el</strong> plano puramente material, la revolución industrial.<br />

Había comenzado la era secular. A partir <strong>de</strong> entonces, a los ojos asiáticos, Europa ya no<br />

era solamente la tradicional portadora <strong>de</strong> un <strong>cristianismo</strong> dividido que sólo unos pocos<br />

intentaban abrazar, sino también, y mucho más significativo, <strong>el</strong> ad<strong>el</strong>antado <strong>de</strong> una<br />

sociedad nueva y libre que podría prescindir <strong>de</strong> sacerdotes y reyes, y la poseedora <strong>de</strong><br />

unas técnicas nuevas y casi mágicas que llevaban consigo la prosperidad y <strong>el</strong> po<strong>de</strong>r.<br />

Las dos facetas eran dignas <strong>de</strong> aprecio, y <strong>las</strong> dos luchaban contra <strong>el</strong> <strong>cristianismo</strong>;<br />

porque ya en la misma Europa <strong>el</strong> antiguo alumno <strong>de</strong> los jesuitas, Voltaire, en su ataque<br />

contra <strong>el</strong> <strong>cristianismo</strong> establecido, había proclamado la superioridad <strong>de</strong> la r<strong>el</strong>igión china<br />

sobre lo que él consi<strong>de</strong>raba <strong>las</strong> supersticiones imposibles e irracionales que todavía se<br />

mantenían en esa Iglesia que Voltaire había puesto tanto empeño en <strong>de</strong>sacreditar. Y la<br />

ironía <strong>de</strong> la situación fue que fueron los mismos jesuitas quienes, en su paciente trabajo<br />

por compren<strong>de</strong>r la mentalidad china <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro, ofrecieron a Europa <strong>las</strong> primeras<br />

traducciones <strong>de</strong> los clásicos chinos.<br />

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